El cuidado del otro: Conversación con José Eduardo Agualusa
Entrevista: Gabriela Stoppelman, Viviana García Arribas, Lourdes Landeira
Edición: Gabriela Stoppelman, Lourdes Landeira, Viviana García Arribas
Ella no era la muñequita de Homero, ni el anzuelo del pícaro Ulises. Menos, la ubicua pescadita que no terminaba de especificar su lugar en el mapa, aunque nunca la dejaran salir del Mediterráneo. Chinos, asirios, egipcios, australianos y latinoamericanos le habían colgado una historia sobre sus alas. Cansada de ser el relato que otros le daban, se alió a los quilambas, a los intérpretes de sirenas. El arreglo era que se vivía sin uniforme y sin obligación de cantar en ningún tono, ni mayor ni menor. El arreglo era que la jactancia de la voz no podía confundirse con la gracia de los silencios. Ni la omisión con la mentira. El arreglo era dar a ver en los otros la voz de un territorio que regaba toda la superficie del planeta, con un manto nodriza de posibilidades. El arreglo era que ninguna particularidad quedaría exenta de acorde -lengua madre; que se podría hacer familia por fuera de los bordes de cualquier genealogía, que se podría sobrepasar la enramada y aspirar a alturas y a pozos aún impensados.
Los quilambas cuidaron el pacto como un tesoro. Y un día, al despertar, fueron ellos mismos, mitad intérpretes, mitad sirenas. Hay grietas, recovecos en el día, donde se los puede oír con toda nitidez. Ahora se abre un surco. Escuchen.
CANTO A CONTRALUZ
Yo soy la sirena sin espejo, sin peine y sin Homero. Lo que en mí transparenta es el cuerpo que deja pasar al fondo como horizonte y al mar, como retiro. Hace muchísimo tiempo cuido mi infancia entre historias de otros. Los dejo pasar, los invito. Y, aunque ellos se abalancen para conquistarla, yo les doy la bienvenida: “Me abrió la puerta una niña con los ojos almendrados, y finísimas trenzas negras sueltas por la espalda. Era una criatura casi insustancial. La luz la atravesaba sin esfuerzo, como a una cortina de seda”. Cuando ya están adentro, me mezclo en la luz y les hago preguntas muy simples, para que ellos no se nieguen a contestar. Entonces, revuelven entre sus sombras y apuran una idea: Me interesa la luz que no es obvia, como me interesa lo divino que existe en todas las cosas y que, aun delante de nosotros, muchas veces no logramos ver. Hay inteligencia y luz en todo lo que vive, aunque tal vez sea necesario algo de humildad para percibirlo. Colocar al hombre en el centro de todo no es un buen comienzo. Ahí sí que recupero contornos y el sentido de la hospitalidad. Hace poco llegaron tres hombres muy oscuros, con la memoria empastada y el olvido lleno de moretones: “Entonces, comencé a cantar una canción hecha completamente de luz y de sombras, en lugar de silencios y de sonidos”. Fue mejor que el milagro y la magia. De pronto, ellos comenzaron a desentumecerse del viaje y se sintieron en casa. Uno dijo que el lenguaje era el remo que lo había salvado del último naufragio. Otro cantó una canción de cuna, porque era huérfano y añoraba una lengua madre. Un tercero, un tal Agualusa dijo: Como escritor intento no solo ponerme en el lugar del otro –de otros hombres- sino también en el lugar de otras formas de vida. Por eso, me parece que la escritura puede ser también un ejercicio de humildad. Escribir es ir al encuentro de la sorpresa, estar disponible para lo imprevisto.
CANTO BAJO EL ÁRBOL
Después de una buena comida y de un buen descanso, algo se había iluminado en el rostro de los viajeros: «Luz: lo que queda de los sueños después de que nos atraviesan». Me propusieron sentarnos bajo la sombra de un árbol. Saciadas el hambre y la sed, sentían una urgente necesidad de comparar sus penumbras con las de otros vivientes para recuperar algún aliento que les definiera los rasgos. Venían de una noche larguísima: “No fue como caer en un pozo. Había una luz exuberante que titilaba dentro de la niebla. El propio silencio parecía iluminado”. Un quilamba leyó en ese silencio el canto de una de las nuestras. Les habló de una sirena de la China, cuyas lágrimas se volvían piedras preciosas al chocar con el canto. Bueh: exotismos de algunas lecturas. Venían de África y se habían aferrado a las palabras del quilamba, como a un bote salvavidas: Quien está en la oscuridad ve mejor cualquier pequeño rayo de luz. Tal vez, en países como Angola, tan sufridos, tan castigados, eso tenga más sentido. Y la cosa había resultado, porque después de mucho no ser, después de mucho respirar poco aire, de temer mucho viento y lograr entre todos casi un solo cuerpo, cada quien empezaba a distinguir su propia puerta. Tenían ojos: por eso contaban.
Se acercaron sin pensarlo al árbol más solitario del lugar. Él solito era una isla dentro de otra más grande. Los viajeros acomodaron sus cuerpos entre las raíces. “El calor subía del suelo. Entraba una brisa húmeda por las rendijas de las puertas, en lentas oleadas, cargando el olor salado del mar y su rumor, el asombro de los peces, la débil luz del claro de luna. El abismo negro era el mar. Me quedé un buen rato mirándolo.» Yo era la sirena que no ocultaba la cola porque hacía tiempo había renunciado a la leyenda. A veces mi mitad mujer volaba y mi mitad pájaro cantaba. A veces, al revés. Pero había días muy a ras del suelo, hundida en quién sabe qué huecos y silencios. Y entonces solo me salvaba la poesía. En versos pensaba, cuando escuché que el viajero Agualusa dijo: Soy un lector voraz de poesía. Ella me alimenta como escritor. Leo poesía para escribir ficción. Al escuchar a su compañero, el viajero que remaba el lenguaje puso cara de perplejidad. Entonces Agualusa se extendió: “Luces, destellos, exiguas lumbres, presas en un marco de plástico, con las que va alimentando el alma los días de sombra.” El huérfano, por su parte, comprendió inmediatamente de qué se hablaba: “Yo colecciono luz”. De pronto, éramos como una familia en el canto, algo que sencillamente sucedía: No lograría escribir si la poesía no me inquietase. El movimiento de lo lumínico no es deliberado, simplemente sucede.
CANTO ALQUÍMICO
Cuando la palabra estuvo cansada, decidimos volver al refugio. Mi isla era la arquitectura de todos los sitios donde yo había podido encontrar una cadencia o un ritmo para no caer en el hastío. Había retazos de lugares soñados, escritos y de los otros: “Aquel día había llovido. La hierba era tan verde que parecía que cantaba. La neblina sobre el asfalto era un manto de novia. Un bando de tórtolas agitó de repente el aire parado”. “Era como si lloviese noche. Lo explico mejor: era como si del cielo cayesen gruesos fragmentos de ese océano oscuro y somnoliento en el que navegan las estrellas”. Mientras avanzábamos, el silencio se nos mezclaba al paso. De pronto, el viajero Agualusa pareció hablar con la voz del viajero huérfano. Y, para interrumpir un poco las formas de la ausencia, dijo: Siempre escuché la tradición oral de las historias africanas, donde no existe frontera entre el hombre y la naturaleza. Las fuerzas de la naturaleza actúan en lo cotidiano. Había irrupciones -intervino el que remaba el lenguaje- que alteraban las cronologías y las causalidades. “Era como si una segunda mujer, una mujer del pueblo, intentara salir del interior de aquella –de la falsa–no como una mariposa que rompe la crisálida, sino como un gusano que irrumpe de una mariposa.” De pronto, los tres se llenaron la mirada de un reclamo hacia mi parte pájaro. Y yo no pude más que reírme, con una carcajada extraña, como un rugido o un bramido antiguo que, sin embargo, a ellos les trajo alivio: Los hombres son hombres y también son leones. Son hombres de día, leones de noche. Las aves son antepasados que dan señales a los hombres. Todo está ligado con todo. Esa idea siempre me impresionó mucho. Creo que termina contaminando todas mis novelas.
CANTO EXISTENCIAL
Pero las cosas quedaron inquietadas después de la risa. De verdad, el asunto no me había causado gracia. Quién sabe por qué, en ese punto, se me vinieron a la cabeza, siglos de distorsiones mal intencionadas: belleza engañosa y artimaña, abismo y pasaje hacia los muertos, ¿hasta cuándo continuarían difamándonos? “Abomino la mentira porque es una inexactitud”. En algún momento tiene que empezar a fisurarse todo el imperio de los difamadores. Algo sintieron los viajeros, alguna reverberación de nervios en el aire que nos rodeaba. Por eso comenzaron a decir: Vivir en un país sujeto a un régimen totalitario hizo que comenzase a cuestionar la verdad. ¿Qué es la verdad? ¿A quién sirve? “-La verdad es improbable. (…) -La mentira –explicó- está en todas partes. La propia naturaleza miente…” ¿Existe eso que llamamos verdad o solo existen versiones? “También la verdad suele ser ambigua. Si fuese exacta no sería humana”. Cierto vértice de lo escuchado me resultaba insuficiente. De todos modos, era clara la actitud conciliadora de los tres. Más aun, cuando uno –no sé cuál, a esa altura sus voces se confundían- contó una historia sobre una sirena que, llamada por el mar, osó desoírlo. Entonces el mar se le vino encima en forma de olas gigantes. Pero ella no se rindió. Se reía y se reía entre la espuma: Al mismo tiempo, me fascina ver cómo la risa y la alegría pueden sobrevivir en condiciones adversas. La luz que se ve mejor en la oscuridad. Yo tuve ganas de rematar con que, seguramente, la sirena debió haberse ahogado. Pero los vi tan felices, que me ahorré el comentario.
CANTO CON QUERER
Llegados al refugio para viajeros, los viajeros estaban radiantes. Casi sin huella de los que habían llegado hacía tan poco. Era increíble cómo el viento que les había desviado la dirección y el naufragio desembocaban en ese esplendor de la palabra: “Imaginaos a un chico corriendo en moto por una carretera secundaria. El viento le golpea la cara. El chico cierra los ojos y abre los brazos, como en las películas, sintiéndose vivo en plena comunión con el universo. No ve el camión que irrumpe en el cruce. Muere feliz. La felicidad es casi siempre una irresponsabilidad. Somos felices durante los breves instantes en que cerramos los ojos” Definitivamente, sonaban al unísono, mientras atravesaban la puerta y comentaban las curvas que los habían traído hacia aquí: ¿Cuántos aciertos no nacen de errores? La penicilina, por ejemplo. Al escribir sucede errar y en ese error descubrimos una luz súbita. “Me equivoco al leer y en el error encuentro, a veces, increíbles aciertos”. El verdadero acierto en esta voz mixta era el modo en cómo la lengua madre se asomaba a cada palada del remo, en cada trazo de escritura: En Angola, país donde gran parte de la población llegó al portugués a partir de otras lenguas -o sea, una parte de la población no habla portugués como lengua materna- sucede mucho, conversando en la calle, que tropezamos con frases erróneas, porque las personas transportan la lógica de las lenguas africanas a la lengua portuguesa. Y algunos de esos errores son poéticos, son maravillosos. Ya era muy tarde cuando, desde adentro de mi sueño, los escuché aún conversar: “¿Qué quiere que le diga? No era el infierno, era solamente la mediocridad. Yo creía que podría ser siempre así, ¡hasta hoy! Esta tarde, después de ver a esa mujer cayendo del cielo, llegué a casa y me encontré a Lulu esperándome, esforzándose por parecer funesto y digno”. Sobre los ecos de sus charlas, me dormí aún más profundamente. Yo iba dentro de una pesadilla que caía y caía sin fin.
CANTO SIN ANTIPARRAS
Algo en mi sueño repetía: “Hoy no ocurrió nada. Dormí. Durmiendo soñé que dormía… si durmiendo soñamos dormir, ¿podemos, despiertos, despertar dentro de una realidad más lúcida?” Al día siguiente, durante el desayuno, la voz triple se puso más “agualusenta” y, al escuchar el relato de mi sueño, retrucó: Frecuentemente, la realidad es más exuberante que los sueños. Acostumbro decir a mis hijos: si ustedes cuentan una historia totalmente inverosímil, posiblemente sea verdadera. Solo la realidad consigue crear ciertos enredos. “He visto en la ciudad lo que no cabe en los sueños.”
CANTO SUBLINGUAL
Ya para el mediodía, éramos un grupo de viejos conocidos que intercambiaban anécdotas y estupores. Lo que dijeron de un tal Buchman me descolocó un poco. Ese apellido “hombre libro”, mezcla de hombre y objeto, me recordó mi condición, mi tradición híbrida y las luchas de mis compañeras por despojarse de mitos: “Mirando al pasado, contemplándolo desde aquí, como contemplaría un gran cuadro colocado delante de mí, veo que José Buchman no es José Buchman y sí un extranjero que imita a José Buchman. Sin embargo, si cierro los ojos al pasado, si lo miro ahora, como si nunca lo hubiese visto antes, sería imposible no creer en él: ese hombre ha sido José Buchman toda su vida.” Buchman, Buchman. Conocía entonces y aún conozco muchas sirenas amantes de los libros, que podrían ser llamadas Buchwoman. Conocía y conozco sirenas mitad tigresas y mitad palomas. Conocía y conozco hombres y mujeres hechos de a partes de todo tipo. Lo que no conozco ni conocí es gente de una pieza. Ni aun la que presume de eso. La voz “agualusenta” pareció leerme el pensamiento: Larga conversación deberíamos tener sobre las ventajas y complicaciones de la condición de extranjeros hacia nosotros mismos y hacia los otros. Mi interés en el tema tiene que ver, probablemente, con el hecho de haber vivido siempre en condición minoritaria. Tanto en mi país, como un angoleño de ascendencia europea, como en el exilio. Dijo exilio y, por un instante, me desenraicé de la charla. Cuando volví, resultaba evidente: el tema de conversación era yo. O alguna de mis mezclas. “Estuvieron un buen rato hablando de mí, lo que me incomodó, porque lo hacían como si yo no estuviese presente. Al mismo tiempo sentía que no hablaban de mí, sino de un ser alienígena, de una vaga y remota anomalía biológica. Los hombres ignoran casi todo sobre los pequeños seres con los que comparten el hogar.” ¿Quiénes serán estos extraños con los que me sentía tan a gusto, como si se hubiera tratado de viejos parientes que, por fin, hubiesen llegado a casa? : Esa condición de “cuerpo extraño” me ayudó, creo, a interesarme por los otros. En cierto sentido, me ayudó a ser escritor. Me hice escritor para no ser extranjero. Leí cierta cosa en el tono de voz con que se dijeron estas palabras, que no puedo traducir. Un rumor a memorias vueltas hacia el futuro. No sé. Un aire de familia.
CANTO A TELÓN ABIERTO
A los pocos días, la vida en la isla había cambiado por completo. Mis hermanas reclamaban mi presencia, pero yo quería aprovechar esta oportunidad de sumergirme entre historias de otros. Me sentía cuidada dentro de esos relatos. Cada día, un nuevo teatro. Cada tramo de texto, una nueva escenografía: “El día en que me casé, minutos antes de que Bárbara apareciera en la iglesia, radiante, Benigno me arrastró a una arcada sombría, se inclinó para colocarme la pajarita y me susurró, sin dejar de sonreír, mientras me miraba a los ojos: –Se va a llevar mi mayor tesoro, señor Bartolomeu Falcato. No le dé nunca ningún disgusto. Si algún día veo a mi niña llorando por su culpa, si algún día le veo en la cara una mínima lágrima, le juro que lo mato. Detrás de mí, San Sebastián sufría atado a un peñasco, con el blanco pecho lleno de flechas”. Les comenté algo sobre la teatralidad con que se manejaban: Es verdad que en mi narrativa hay incorporados rasgos teatrales, cinematográficos. Tal vez, hasta en el lenguaje, en el ritmo de los textos, se encuentre alguna influencia del cine. Imagino que eso sucede con la mayoría de los escritores de nuestro tiempo. El ritmo del mundo. Las frases, en regla general, son más cortas en las novelas contemporáneas que en las del siglo XIX. Eso era: leer como si yo hubiera sido parte de una película, de un ciclo de cine. Quería verlas todas. Un día el ciclo terminaría y los viajeros se decidirían a partir.
CANTO GUTURAL
Supe que la partida estaba cerca, una tarde en que la voz de los viajeros cambió por completo. “Hablaban entre ellos una lengua resbaladiza y lisa, y plateada como un pez.” De hecho, hacía unos días que habían comenzado a hablar casi exclusivamente sobre el lenguaje, como quien prepara la embarcación para un regreso o para un nuevo rumbo: Las palabras traen dentro de sí la historia de la humanidad. Todo lo que olvidamos está guardado dentro de ellas. “Me gusta resucitar las palabras.” Son delicadas cápsulas de tiempo. Una madera añejada, un conector desvalido, una frase fuera de moda, una brújula hacia el origen por si el viento arreciaba de nuevo, ese parecía ser el equipaje que preparaban: “Comparto con Félix Ventura un amor (en mi caso sin esperanza) por las palabras antiguas. Gaspar se conmovía con el desamparo de ciertos vocablos. Los hallaba abandonados a su suerte, en algún lugar yermo de la lengua, e intentaba rescatarlos. Los usaba con ostentación y persistencia, consternando a unos y desconcertando a otros. Creo que triunfó. Sus alumnos empezaron usando esos vocablos primero a modo de burla y luego como una jerga íntima, como un tatuaje tribal, que los hacía diferentes de la juventud restante. Hoy, me ha asegurado Félix, todavía son capaces de reconocerse unos a otros, aunque no se hayan visto antes, con las primeras palabras.”
CANTO INCONTINENTE
Estaba claro que no perderíamos el tiempo en despedidas. Lo mejor era aprovechar las horas para achicar distancias, crear pasajes de lenguaje para algún rescate y puentes, entre orillas. Lo mejor era estar atentos a los latidos entre las palabras, flecos de historia, trazos de geografías: “Nadie está contra las lenguas nacionales –Benigno abrió los brazos, apaciguador, como si nos quisiera abrazar a todos–. Yo también defiendo las lenguas nacionales. Lo que creo es que el portugués tiene otro papel, tiene más obligaciones. El portugués para nosotros representa un trofeo de guerra, le robamos la lengua al colonizador y la hicimos nuestra. El caso de Angola no debe ser muy diferente al de Latinoamérica. Es verdad que el portugués se viene enriqueciendo, ganando color y alegría con las lenguas africanas. Pero también es verdad que se comporta, en gran medida como una lengua de exterminio. En una de esas, me preguntaron qué opinaba yo de las tradiciones en mi pueblo. Les dije lo que me habían contado náyades y nereidas, sirenas tejedoras y sirenas griegas, sirenas de pelo punk y de vuelo clásico. Ellos me escucharon con atención. La voz triple agregó: “Hay tradiciones buenas y tradiciones malas. Me parece estúpido apoyar cualquier práctica sólo porque es antigua. Siguiendo la misma lógica tendríamos que defender la esclavitud. Mis bisabuelos, negros como usted y como yo, eran esclavistas, ¿debo recuperar la tradición familiar?” La porción de timbre huérfano en la voz triple me habilitó a una intimidad: en mi infancia, mi abuela me cantaba en idisch, un idioma que ya muy poca gente hablaba. ¿A dónde van las lenguas ya no dichas?: Las personas están abandonando las lenguas indígenas y, con ellas, maneras de decir el mundo que se pierden por completo. Hay una especie de erosión cultural silenciosa. Casi nadie en Angola habla de esta situación.
CANTO A CONTRAPUNTO
Era la última noche juntos. Había que hablar de raíz. Entonces, les dije: la historia de las hijas de esta tierra es la historia de sirenas sin espejo, sin peine. Somos una estirpe de escuchadoras. Algunos opinan que nuestro oído es puro registro de superstición. Sin embargo, nosotras sabemos de las asimetrías y de los bucles del sonido. Ellos interrumpieron, a contrapunto: “Nosotros, los hijos de esta tierra, sabemos que los espíritus de los muertos están por todos lados, y que intentan comunicarse con nosotros a través del rumor de las ramas, y del soplido del viento, del canto de las aves y de la lluvia que cae. (…) Nosotros sabemos hablar viento y hablar lluvia, sabemos conversar con la hierba, y la hierba nos dice adónde se han ido las gacelas o adónde se esconden nuestros enemigos.” Nosotras fundamos el territorio con el relato de los barcos que trajeron sirenas fugadas y sobrevivientes de tremendas razias contra nuestros antecesores. Nosotras fundamos el territorio sobre las voces acribilladas de muchísimas sirenas y sirenos jóvenes, que fueron sacados de sus casas a golpe de disciplina. Nosotras escribimos sobre los gritos en los chupaderos de las dictaduras, sobre el berrido de los bebés robados, sobre la necedad de los negacionistas, de los cómodos y de los apolilladores de lenguaje. Para mí, uno de los aspectos más interesantes de una ciudad como Luanda, la capital de Angola, tiene que ver con el hecho de haber sufrido, a lo largo de las últimas décadas, un proceso de ruralización, con la entrada de millones de refugiados llegados desde el campo, de las zonas afectadas por la guerra. Esos campesinos llevaron sus mitos a la ciudad. La ciudad se reencontró y se reconcilió con el mundo mágico. Eso es extraordinario para un escritor. Para el canto es extraordinario que la enramada sea grande, como un cielo verde a media altura, entre las nubes y el suelo. Como una plataforma desde donde dejar de ser, para volver en otros. Una vez, recostada sobre esa rampa, hablé con leche derramada del pecho de una madre muerta. También intercambié unos datos con el pañuelo rojo atado a la vera de las rutas, donde reina la estampa del Gauchito Gil. “Les hablé de las algas y de nuestra propia experiencia. Mango también había escuchado historias parecidas. Contó que uno de sus primos, buzo recolector, y los cinco hombres que lo acompañaban habían visto sirenas danzando en un atolón…”
CANTO TU VOZ
Al final lo confesaron. Ningún quilamba les había leído el rumbo en las voces. Ellos eran quilambas. Uno podía descifrar signos en las curvas del remo sobre la lengua. Otro podía recuperar la tibieza y los modos del desamparo en cualquier arrorró. Y el tercero daba coreografía de letra a lo que leían los otros dos: “Kianda es el nombre que le damos en Angola a una divinidad de las aguas –expliqué, dirigiéndome al brasileño–. Una especie de sirena. Yo nací con una malformación en los pies, que después se corrigió. Los viejos en Luanda dicen que las personas que nacen con ese tipo de malformación, bastante rara, son capaces de comprender el lenguaje de las sirenas. A los intérpretes de sirenas los llamamos quilambas.” Todos los artistas deberían tener en sí algo de quilambas. Un escritor debe ser capaz de traducir el lenguaje de los otros. El arte no es otra cosa que eso: traducir lo intraducible.
CANTO EPILOGAR
Ya se han ido. Me han dejado esta caja de voces: “Hace algunos años mi suegro me vio leyendo un libro a la luz trémula de una hoguera: – ¿Qué haces? –quiso saber el viejo. Intenté explicarle la utilidad de los libros. Él me escuchó con atención– ¿Lo que me dices es que esa pequeña caja está llena de voces, y que esas voces no las escuchas sino que las puedes ver? Asentí, sí, algo por el estilo. Le expliqué después pacientemente que yo también, László Magyar, podría, si así lo quisiera, colocar mi voz dentro de una caja semejante a aquella, de tal forma que semanas, meses o años más tarde, otra persona me podría escuchar. – ¿Y qué sucede cuando mueres? –Desaparezco –dije–. Pero mi voz no morirá. Estas cajas guardan las voces de las personas incluso después de muertas. Desde su partida, cada vez que ocurre uno de esos días, que ya desde el amanecer se perfilan arrogantes, vuelvo al orgullo de esta caja: Hay una gran diferencia entre el orgullo y la arrogancia. El orgullo no disminuye al otro. La arrogancia es algo que me horroriza porque sí implica disminuir al otro. En países como los nuestros, tan carentes de democracia, creo que todo escritor tiene que ser político. Tiene que aprovechar su posición para ayudar a crear debate en la sociedad. Debatir, conversar, escucharnos los unos a los otros, es lo que más precisamos. La caja multiplica las preguntas. Hay algunas que regresan. “¿Qué piensa, querido Félix, que es más importante dar testimonio de la belleza o denunciar al horror?” Creo que es posible hacer ambas cosas. Es lo que intento hacer. Yo soy la sirena que cuida la infancia, el eco de una canción de cuna aliado a la furia del combate en el barro. Soy la hebra del poema metida entre la bufanda de la prosa. Soy. Desde que ellos llegaron, dejé de decir yo.
La cursiva corresponde a textuales de la conversación del escritor con El Anartista.
El entrecomillado corresponde a citas de los siguientes textos de Agualusa: “El vendedor de pasados”, “Barroco tropical”, “La vida en el cielo” y “Teoría general del olvido”.