La decisión: entrevista a Rodolfo Mederos.

Entrevista: Isabel D´Amico, Estela Colángelo, Lourdes Landeira, Pablo Soprano, Gabriela Stoppelman
Edición: Gabriela Stoppelman
Fotografía: Ana Blayer

 

                                   “Me desplazo inmóvil/ como una nada irisada y musical/ sólo un poco allí/ estuve/ frente a su faz alborada/ solo un poco allí”
“Anticipo”, Ángel Darío Carrero

 

No me llames. No puedo darte el número. No tengo número, no se trata de un número. Es una cifra. Una cifra nuclear, el corazón de un mínimo astro del que depende todo el universo. Late y reparte, late y reparte. Pero no como un hada buena y caritativa, deshecha en piedades por lo inmenso. No. Ella es el pulso que inhala y exhala, inhala y exhala el furor de una gramática enrollada en su secreta doble hélice. Códice neumático, despliega sus matices entre las curvas reticulares. Va desde el centro -siempre móvil-, a los confines de una membrana, tan tenue y tan firme, que parece el fantasma nebuloso de un esqueleto. ¿Pero cuál es el misterio de todo este recorrido?, ¿dónde nace el primer impulso?, ¿quién recicla los desechos del sonido, quién digiere los flagelos del silencio? En lo extremo, la cosa no es más que una sístole ciliar, una colita contráctil que empuja hacia adelante, aunque descrea del progreso. Por allá, en una milhojas de membrana, carga combustible, avanza hasta la unidad de ensamble y hace encajar la palabra con su falta, la silueta con su contorno, la cadencia con el ocaso del color. Y, mientras despliega su andar, su música de extraña factoría no desatiende el llamado del afuera: lo azaroso colado entre dos capas de abigarrados lípidos; la entereza de una proteína que le hace frente a una disonancia; el túnel franco y deslizante por donde entran el agua y la sed. Yo no sé cómo empezó todo esto. Si fue en el crujir un pastelito en la boca gustosa de la infancia o en esas vacuolas del tiempo, donde madura y crecen el pespunte de un jadeo, la hebra medular, el deseo de desear. No sé. No sé decirte si el origen es el lejano latido de un brote o si este desperezarse del fuelle en mi regazo me acuna un primer renacer. Pero ahí voy, a redoblar la apuesta, bien empecinado, en este viscoso citoplasma de lo real. Ahí voy, tras la huella de la cifra. Pero no de un número. Por eso, no me llames. No insistas en aturdirme con tu llamado. Estoy tan cerca y tan lejos, como el aliento que monta el galope de la voz. Celular, entonces. En constante trama de un tejido.

Kandinsky.
Kandinsky.


HINCHADA, HINCHADA, HINCHADA HAY UNA SOLA

 

“A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales/
algún día diré vuestro nacer latente”
“Vocales”, Arthur Rimbaud


En muchos de tus relatos en entrevistas hay una composición de fotos, como un modo pictórico de organizar las palabras: tu mamá está con los pastelitos, tu papá está por atrás, entra un señor que trae un objeto en una caja, saca de allí como un “gusano gigante” que, finalmente, termina por ser tu primer contacto con el bandoneón…

¡Ja, Ja! Pero eso no es una virtud de lo que yo digo, sino de quien lo oye. Vos oís las palabras como imagen. Quizás yo las oiría como música.

Dijiste en alguna entrevista que, cuando componés, a veces, ves una imagen. Nos intrigó qué de singular tiene esa imagen.

Fe de erratas. No soy yo. Los músicos suelen tender a la asociación de imágenes o de colores con los sonidos. Me sorprendió leer en un libro sobre músicos de tiempo atrás, que también a otros les ocurría ese fenómeno de asociación cromática con los sonidos. Me impacté mucho cuando vi que, por ejemplo, Schumann tenía la misma percepción que yo. Fa menor es verde para mí, y Mi mayor es amarillo. La nota Do, sola, es como gris verduzca. Seguramente, un neurólogo lo podrá explicar, tal vez no un músico. Asociar los sonidos con asuntos extramusicales es una posibilidad para componer. Me imagino que los ejércitos avanzan sobre la ciudad, entonces, oigo timbales, trombones, trompetas. Imagino que la niña está sola en el parque: entonces, será una flauta, un violín…, así es la música. En ocasiones, un programa paralelo a ella provee imágenes, música para cine, ópera, teatro.

Kandinsky. "Composición IV".
Kandinsky. «Composición IV».

Existe un modo de componer donde el músico se predispone para trabajar asociando imágenes previas; es una posibilidad, pero no es la mía habitualmente. Alguna vez lo hice, incluso por encargo, pero, en general, en mí la música se abre paso por sí misma. Un sonido que sigue a otro no ocurre porque la doncella quedó sola en el castillo, sino por razones estrictamente musicales. Es lo que llamamos música pura, no de programa. Una no es mejor que la otra, son diferentes.

Hay un poema de Rimbaud -“Vocales”- que dice A negro, E blanco, I rojo, U verde…”…

Cuando pienso en un sonido, a veces, lo asocio con un color, fenómeno donde concurre el sentido visual y el auditivo.

En otra nota, con Lalo Mir, dijiste “yo veo los olores”. Qué linda esa mezcla de sentidos.

Bueno, tómese esto un tanto en broma. Oler los sonidos, gustar los colores… Creo que los sentidos colaboran entre ellos y tal vez completan así la percepción total. No podría, por ejemplo, afirmar que la nota Do tiene gusto a frutilla, pero la percibo como algo más que una frecuencia sonora , ¿por qué estarían tan divorciados los sentidos?

José Inurritegui.
José Inurritegui.

¿Te habituás a que el Do es un gris al componer?

No. O al menos no influye. La música, para mí, sigue un derrotero propio. Lo demás participa alentándolo, es la hinchada. La que juega es la melodía.

 

MÚSICA CONVERSADA SEGÚN EL ORDEN BIOLÓGICO

 

                                   “Entonces, de lo que se trata es de pensar lo que hay. Y eso es la ‘Ética demostrada según el orden geométrico’, de Spinoza: combinar los encuentros de una manera tal que se incremente nuestra potencia de vivir y evitar aquellos que la merman”
“Introducción a Spinoza”, Diego Tatián

¿Hay metáforas musicales?

Rodolfo Mederos. Fotografía: Ana Blayer.
Rodolfo Mederos. Fotografía: Ana Blayer.

Me gusta mucho explicar cosas. Si se me pregunta qué es tal cosa, podría pasar horas explicando. Las partículas musicales comienzan por una nota y luego se organizan en células, tejidos, órganos…, también se pueden buscar semejanzas con el lenguaje hablado: una nota es una sílaba, ¿qué es una sílaba?, ¿qué es una palabra monosilábica? Partículas y segmentos de una unidad mayor. Disfruto al comprender las cosas y también al explicarlas, motivo que me lleva a trabajar en un manual, apunte o tratado sobre la construcción melódica.

Es interesante. Pensaba en la idea del encaje en la biología, como las enzimas encajan con su receptor específico y no con otro.

Impresión artística de una membrana plasmática.
Impresión artística de una membrana plasmática.

En relación a eso, en ese posible trabajo, estoy introduciendo los conceptos de célula, núcleo y citoplasma (1), ¿cuáles son los equivalentes de estos conceptos en una melodía? Es muy interesante este asunto. Y lo mismo, en el lenguaje hablado. Pero estoy, aún, en una etapa embrionaria con este proyecto. Es apasionante y lo desarrollo y comparto con Miguel, mi querido ex discípulo y ahora integrante de mi orquesta, colaborador imprescindible. Hemos logrado un equipo de trabajo como nos gusta: rigurosidad, pasión y humor, rasgos esenciales para una tarea de investigación.

¿Están escribiendo algún otro libro?

Rodolfo Mederos. Fotografía: Ana Blayer.
Rodolfo Mederos. Fotografía: Ana Blayer.

Sí. Ya casi concluido. Hay algunos más en el horizonte, es un método de bandoneón, donde hablamos de juicios y prejuicios referidos al instrumento y a la enseñanza de la música en general. Citamos opiniones tales como: “el bandoneón es un instrumento difícil”, o “es solo para tocar tangos”, o “hay que comenzar a estudiar música de chico…” ¿Tal vez otros instrumentos son más fáciles? ¿No podremos tocar otra música además de tango? ¿Está prohibido para la mujer? Y ridiculeces como estas, ¿comprendes?

Hablabas del núcleo de la célula. Y el núcleo está en permanente interacción con todo lo que toma del citoplasma y con lo que toma la célula misma de afuera. Pensaba si, en las obras -escritas o musicales-, un núcleo móvil es una posibilidad. Esto de cruzar disciplinas nos interesa, por eso nos gusta charlar con los músicos: más, si les interesan las palabras.

Me encantan las palabras. Se inventaron para algo, fueron producto de la necesidad de manifestar cosas, definir objetos, situaciones. A eso después lo llamaron comunicarse. Las palabras son muy lindas y hay que bien usarlas. Además de tender puentes, las palabras -simplemente- me encantan. Tienen un lindo sonido, un lindo perfume, huelen bien.

 

FINITO Y TERMINADO 

                    “Quien enseña sin emancipar embrutece”
Joseph Jacotot


En tus entrevistas sos muy selectivo con las palabras.

Kandisky. "Composición VI".
Kandisky. «Composición VI».

Porque me gustan las palabras, ya lo dije antes, las respeto. Me permiten expresar lo que quiero. Sin embargo, utilizarlas indiscriminadamente y pronunciarlas mal produce incoherencia, es como tocar feo, sin sentido ni dirección. Así son las palabras. Así son las notas.

Usás mucho la palabra “revisitar”. La sensación que me deja es que al tango lo presentás como a una casa, a la que uno puede volver a visitar. En ese sentido, ¿tiene el tango algún cimiento, algún núcleo que no se pueda mover, a riesgo de que la casa se caiga?

No sé. Es curioso que el ser humano, en general, se aferre a la idea de lo infinito. Será por propia limitación, por miedos. Entonces, inventa dioses, construye templos, se adscribe a religiones, va caminando a Luján, edifica el Vaticano y sus tesoros, construye un mundo del cual dependemos todos. ¡Increíble la necesidad de sentirse dependiente de eso! Pero, ¿se puede ser independiente? Creo que, salvo Einstein, nadie se planteó eso.

Spinoza decía que se puede vivir el infinito en un instante.

Carson da Silva. "El bandoneón".
Carson da Silva. «El bandoneón».

Es una bella expresión poética, pero tendremos que acordar que la infinitud no existe. La neurología entiende que, para que el cerebro comprenda algo, ese algo debe tener límites. Lo ilimitado escapa a la conciencia. No se comprende un sonido eterno. Todo lo que uno capta a través de los sentidos proviene de objetos y acontecimientos con comienzo y fin: la música, una palabra, la vida misma. Cada época genera su estilo y este representa a su época. Cada etapa musical es propia de ese momento y, cuando este cambia, también cambia su música. Un día la polifonía terminó. El clasicismo terminó, el romanticismo, también. Entonces, ¿por qué el tanto será infinito? El tango es, sin duda, una música maravillosa como pocas, pero ya no existe. Existió. Ya no representa nuestra realidad. Su sonido me remite a otra época. Cuando oigo tango, asocio con otra realidad, no puedo conectarlo con la modernidad actual. El tango no es moderno, es o no es. Tuvo su evolución, su cúspide, una meseta que fue su adultez. Allí empieza a repetirse más de lo mismo y luego viene el decaimiento que empezó en los años 50. Y hoy ya no queda casi nada. ¿Es una música maravillosa? Sí, pero es una obra terminada, como un Rembrandt, una pintura. Ya está ¿qué le voy a agregar?, ¿más colores? No, lo que tengo que hacer es alejarme y disfrutarlo. Al lado, tengo una tela vacía, ¿qué pintaremos ahí? ¡Ah… nada fácil! Pero no porque sea difícil voy a traer pedazos del tango para resolver el problema y, después, creer que modernicé a Rembrandt: eso es soberbia e ingenuidad. Que eso nos inspire a crear otra cosa, no a traer sus despojos a la fuerza. Eso no es defender al tango, es ridiculizarlo convirtiéndolo en una mercancía turística que a nadie sirve. Defenderlo es conocerlo en sus entrañas. No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce. En su mejor época, era imposible desconocerlo porque está allí, entre la gente. Todos éramos el tango por así decir. El carnicero lo tocaba en su guitarra, el vecino lo cantaba por las tardes. El tango era. Hoy hay que ir a escucharlo en refinadas versiones y con refinados pasos al teatro Colon, ya no en el patio de tierra. Esto lo hablo siempre con los estudiantes. Una clase de bandoneón no es corregir ese La Bemol, modificar una digitación o alargar aquella corchea. Eso no es ni siquiera una clase de música, es una clase de estupidez, donde a veces hasta ahí, llega la enseñanza musical.

Rodolfo Mederos. Fotografía: Ana Blayer.
Rodolfo Mederos. Fotografía: Ana Blayer.

No creo en la educación, sí en el aprendizaje, ¿cuándo un maestro le pregunta al estudiante si lo que está haciendo le gusta? ¡Jamás! El estudiante tiene que hacer eso y hacerlo bien. Creo, en todo caso, en el aprendizaje. Con mis estudiantes, hablamos -también- de sus parejas, de muchas otras cosas. Porque si el La Bemol suena bien, ¿qué importa que uses el dedo 3? Andá y preguntale a Roberto Grela o a Oscar Peterson con qué dedo tocaban tal nota, cómo digitaban.

En alguna nota, hablabas de “enseñaje”.

Eso lo decía Pichón Riviere, sí. Yo sigo teniendo estudiantes, no solamente porque me ayudan a parar la olla, sino porque a través de ellos y de sus preguntas en clase, pueden aparecer grandes verdades, si las sé leer. Si no hubiese tenido la práctica con la clase, esos libros que estoy escribiendo serían otra cosa. Intento ver qué les pasa “¿por qué entendés?, ¿por qué no entendés?, ¿qué te gusta?, ¿qué no te gusta?, ¿qué sabés?, ¿qué escuchás?»

 

NO CHANCLETEARÁS EL JÚBILO DE TUS DÍAS

 

Aventa una palabra uno y afecta al tiempo futuro;/ por eso hay que hablar con cuidado/ y sonreír más”
“A otra cosa”, Jorge Leónidas Escudero

                                           

¿Lo pasabas bien cuando dabas clase en Avellaneda?

Kandinsky.
Kandinsky.

Absolutamente, estuve diecinueve años en esa escuela. Si no la hubiese pasado bien, no hubiese estado ni diez minutos. No hago nada que no me guste. Nada. El contacto con los estudiantes me mejora como ser social. El trabajo de músico nos lleva a subir al escenario donde somos admirados y aplaudidos luego de mostrar nuestras habilidades, lo que inevitablemente desarrolla nuestro narcisismo que, muchas veces, intoxica nuestra persona. Ante un alumno, él es quien está en el escenario, lo tengo que escuchar. Y una vez que entendí o creí entender, le tengo que hacer devoluciones. Yo apuesto a que esas devoluciones ayuden. Lo que le digo tiene que ser claro, a nadie le sirve que uno diga “eso no me gustó”, además de descalificante, no sirve para nada… Si hay algo que no es conveniente, tengo que demostrar por qué, no “porque yo lo diga”. Probémoslo de otra manera. Y, si le sigue gustando lo que no debería gustarle, bueno, será su manera o estilo.

¿Es tan claro lo que “no debería”?

Denis Ashbaugh.
Denis Ashbaugh.

No, no lo digo en términos absolutos. Si hablamos de alguien que organiza un discurso sonoro -toque o componga- entramos en el terreno de la máxima subjetividad, ¿dónde está dicho qué es lo bello? Aun así, uno debería acercar al estudiante a la zona de lo bello, de lo sutil, intentar que su percepción sea cada día más fina. Esta relación así desarrollada es enriquecedora y me mantiene en permanente actividad cerebral: ¿cómo hago para que entienda esto?, ¿cómo lo comparamos?, ¿espero a que haya una maduración? Para mí es un mecanismo revitalizador. Si no hiciera eso, estaría con las chancletas y los nietos que todavía no tengo.

Enfrentamos los riesgos o nos quedamos en casa. Nos hacemos viejos y llegamos al geriátrico. Viste que la gente dice “me jubilo, ya hice mi vida”. ¡Nooo!, ¡yo nací jubilado, vivo en un júbilo permanente! Pareciera que, al final de la vida, el premio que la vida te da es esa jubilación que no te alcanza para nada, las pantuflas, los nietos y el geriátrico. ¿Es eso lo que uno quiere? ¡Me aterra!

 

YENDO DE LA CANCHA AL SOLO

 

                            “Yo era el de los tres sentires,/ Como un árbol/ Que contiene tres mirlos”
“Trece formas de mira un mirlo”, Wallace Stevens

 

Los nombres de tus discos, “Comunidad”, “Intimidad” y “Soledad” me hacían pensar en la necesidad de salir hacia los otros y volver impregnado de ellos.

Esa trilogía fue hecha de la siguiente manera: “Comunidad”, con la orquesta típica; “Intimidad”, en trío; y “Soledad” sólo con el bandoneón. Cuando, por ejemplo, durante un partido de fútbol, se oye a la hinchada gritar y alentar a su equipo, no es fácil individualizar las voces, se oye el conjunto -la orquesta-. Más tarde cuando, fuera de la cancha y con tres amigos comentamos el partido, escuchándonos mutuamente, estamos en el trío. Finalmente, a la noche, pienso en todo lo que pasó, ¿ese no es el solo?

Un cuento genial. ¿Tocar con muchos, con tres, o tocar solo son experiencias distintas del cuerpo?

Manuel Rodríguez. "Mesa, bandoneón"
Manuel Rodríguez. «Mesa, bandoneón»

Cuando uno hace algo con otro -no para otro- está involucrándose en la acción. En una orquesta, en un ejército o en lo que fuere, la emocionalidad es otra y sin duda, también los es la corporalidad. Pero no porque hago más o menos fuerza, eso sería sólo una cuestión gimnástica. Uno solo es uno con sus fantasmas.

Solo, solo, no estás.

Claro. Así como no hay infinito, no hay soledad completa.

Pareciera que, con el bandoneón, hay una situación de abrazo y también de acunar.

Todos los instrumentos son abrazados. Tal vez. el más impersonal sea el piano. Tengo el bandoneón en el regazo, lo cargo sobre mi cuerpo. El otro día miraba a mi chelista, que lo tiene así, entre las piernas. Es como su pareja, es maravillosa esa imagen, como la del guitarrista.

¿El cuerpo piensa?

Rodolfo Mederos. Fotografía: Ana Blayer.
Rodolfo Mederos. Fotografía: Ana Blayer.

Siente, que no es poca cosa. Hay una parte del cuerpo, el cerebro, preparado para comprender ideas. Y hay otra parte mucho más sutil, tan sutil que pareciera ser incorpórea, y es la psiquis, que percibe emociones. Pero el cuerpo es el obrero, quien hace. Es un buen equipo, ¿no? Yo no confiaría mucho en que el cerebro toque, es el dedo el que tiene que apretar la tecla. No me imagino que una neurona salga y toque una tecla, del mismo modo en que no confiaría mucho en el pensamiento del dedo, pero -sin duda- confiaría, siempre y, en primer lugar, en la emoción.

¿Y no hay una memoria en la mano?

Sí, claro. Muscular. Yo puedo cerrar los ojos ahora y caminar hasta la cocina sin tropezar. Igual, con el teclado.

 

 EL CARTERO MENSAJEA TANTAS VECES

 

“La complejidad de la inteligencia humana excede a los sistemas lógicos más sofisticados, es de otra naturaleza”
“Lo inhumano”, Jean Francois Lyotard


Hablás de una cosa errática que tiene el bandoneón, que no tiene la cibernética, y  decís que eso es lo que te gusta de ese instrumento.

Las palabras van rodando por la vida y llegan al otro de otra manera. No sé en qué contexto dije eso.

Fue en una entrevista, donde venías hablando de tu relación con la tecnología, a la que definiste como horrible.

Aníbal Cedrón.
Aníbal Cedrón.

Fue una respuesta muy apresurada, me parece. ¿A qué llamamos tecnología? El bandoneón es un instrumento tecnológico. Tecnología es prender un fósforo y también frotar una piedra para hacer una chispa. Pienso mucho sobre el mundo en el que vivimos. El hombre decidió fabricar este mundo y, evidentemente, nos lo merecemos. No le echemos la culpa al otro, hacemos lo que queremos hacer y terminamos como queremos terminar, con psicoanálisis o sin él. Este mundo está orientándose a un horizonte deplorable, antihumano. Creo que el único interés que hoy tiene el hombre es llegar rápido, no importa a dónde. A eso sumale el síndrome de la acumulación compulsiva: “Acá en el pendrive tengo setenta y ocho discos” ¿y qué?, ¿cuándo los vas a escuchar? Yo tenía diez discos. Pero el hombre no aprendió a ser feliz, puede vivir confortable, a veces y en ciertas clases sociales. Me preguntarás qué es la felicidad y entraremos en un terreno de la filosofía y no sé si soy capaz de responder eso. La tecnología puede ayudarnos a estar más cómodos, no a estar mejor. No es fácil esta línea divisoria entre una cosa y otra. Así que, volviendo a la pregunta, quizás en aquella charla quise decir que el bandoneón, a pesar de ser un instrumento tecnológico hecho de cueritos, chapitas, madera, tiene cierta erraticidad, como el mismo hombre, que no puede hacer dos veces la misma cosa. Hay cosas que la tecnología nunca podrá hacer.

Un poderoso mecanismo de control, además.

Rodolfo Mederos con el Anartista. Fotografía: Ana Blayer.
Rodolfo Mederos con El Anartista. Fotografía: Ana Blayer.

Ni hablar. Es otro panóptico. Además, la inmediatez -que pareciera ser la religión actual- quita poesía. ¿No era lindo esperar al cartero?, ¿esperar que llegue el tren?, ¿esperar que la fruta madure? Esperar, esperar… e imaginar. Ahora la información llega desde cualquier lugar del mundo y fuera del mundo también, inmediatamente, casi de manera insolente e irrespetuosa, como dijo alguna vez Don Atahualpa, refiriéndose a la velocidad del avión: “el cuerpo viene rápido pero el alma viene a pie”. Alguien dijo que el hombre moderno está más interesado en lo práctico que en lo bello. Y opino igual. Yo no uso celular, no lo necesito.

Bueno, en su momento, la radio y la televisión también fueron tecnologías nuevas que cambiaron los tiempos y los modos de relacionarse. En este caso, vos podés decidir no usar el celular y pienso si el tema no será darles a las personas la posibilidad de elegir y las condiciones para ello.

Sin duda, es inevitable, pero -y lo digo en broma- ¡ahora tengo que escribir música y no tengo tiempo de tomar el celular!

 

CON LAS TRIPAS LLENAS

                                   Más vale araña en tripa que cien volando”
Amelia Biagioni

 

¿Hay decisiones ideológicas en la música?

Carlos Alberto Miranda.
Carlos Alberto Miranda.

Ningún acto humano carece de ideología. Cada cosa que hago se sustenta sobre la idea  que tengo del mundo. Cuando escribo este acorde y no aquel, está mi ideología allí. No se trata de una decisión ingenua. Me guío, claro, de acuerdo a lo que mis tripas quieren y lo ordeno con mi cabeza, pero hay un concepto de las cosas que dicen que esto es por aquí y no por allá.

Tu mundo está inserto en el otro mundo también. En un momento contabas que en la época de la dictadura estabas mal, muy afectado.

Ya sabemos lo que fueron esos años. Yo los sufrí directamente, aunque no fui desaparecido. Mi música no tenía letra, entonces, ¿qué sabían de mi arte y qué hacer conmigo? Así y todo, la gente con quienes me juntaba y las declaraciones me hicieron sospechoso, por eso aparecí en listas de la Secretaría de Comunicaciones, donde se prohibía la difusión de mi música. No pasaron un disco en ninguna radio, salvo en algún programa muy particular. Eso fue duro, porque yo vivía de mi música. En ese momento, abandonaba la orquesta de Don Osvaldo Pugliese, año setenta y pico. No me fui dando un portazo ni enojado, pero tenía sensaciones muy encontradas. Por ejemplo, sentía que estaba dando un paso en falso, que me estaba yendo de un lugar donde pisaba firme, especialmente, desde el punto de vista estético. Bueno, salí de ahí y me quedé sin nada, no laburé, ni sé de qué vivía. En el horizonte estaba Piazzolla, al que todos podíamos haber ido como las abejas a la miel. Pero yo no. Me gustaba esa miel, me encantaba, pero no tenía ganas de ser una abeja.

Pero con “Generación Cero”, ¿no encaraste un poco para ese lado?

Rodolfo Mederos con el Anartista. Fotografía: Ana Blayer.
Rodolfo Mederos con El Anartista. Fotografía: Ana Blayer.

Para nada. Si sabés escuchar, te darás cuenta que no hay nada de eso. Lo que pasa es que mucha gente asocia, bandoneón=Piazzolla. Pero si escarbás, verás que el chorizo no es una vaca y el zapato no es el pie. En ese momento surgía el rock: un tal Spinetta y otros. Si bien era algo como lejano, no sólo no me disgustaba, sino que me producía una cierta excitación. Había algo en la actitud, tal vez, en esa gesta. Así, me empecé a acercar, casi naturalmente e hice buenas y muy rápidas relaciones con los Spinetta y con toda esa gente. Me invitaban a sus discos, a tocar en sus conciertos. Ahí armé “Generación Cero”. Previo, hubo un cuarteto que quería apartarse de los cánones anteriores, pero no terminaba de hacerlo. Con ese cuarteto compartimos conciertos con “Almendra”, en un teatro del centro. A esa música que venía, no le llamaría rock -que me parece un anglicismo inútil- más bien me daba la sensación de ser una música urbana. Yo soy muy urbano, me encantan las montañas, el mar y el bosque pero, la verdad, quiero vivir en el cemento. Esa música empezaba a representarme. Sin embargo, era difícil ver qué haría yo con esa música y el bandoneón. Entonces, puse en la mesa de laboratorio una batería, guitarra eléctrica, un poco de bandoneón, un poco de teclados, y mezclé a ver si explotaba. Y salió “Generación Cero.” Mirá, yo podía haber seguido tocando “La Yumba”, que la conocía de memoria. Hasta hoy la puedo tocar con la luz apagada. Pero, ¿cuál es mi  aporte? Quien, sin dudas, hizo el aporte fue Pugliese, él tenía motivos para hacer eso. Yo obedezco a mis deseos. Soy de origen humilde, me crié siempre en la provincia, y vine a Buenos Aires recién a los veinticinco años. Mi viejo era ferroviario, entrerriano. Mi vieja cocinaba y me quería, ¿de dónde me vinieron a mí las ganas de escuchar jazz? Nadie lo hacía, ni siquiera existía esa palabra en mi barrio. Había empezado a tocar a los trece años en las orquestas típicas, en Córdoba, a donde habíamos ido a vivir por la salud de mi viejo. Iba a la mañana a la Facultad a estudiar biología y, después de los prácticos, volvía, dejaba el guardapolvo y los libros, cazaba el fueye y me iba con las orquestas. En aquella época, en Córdoba, las orquestas típicas eran por lo menos veinte. Pensá lo que sería Buenos Aires. Trabajábamos todos los días, bailes, grabaciones, radio. Y todavía no había televisión. Los fines de semana hacíamos bailes en clubes muy importantes, que contrataban dos orquestas y a veces cuatro, ¿qué país era ese?, ¿cómo se repartía la guita? ¡Porque nosotros vivíamos de eso! Una orquesta típica tiene, por lo menos, doce músicos. Todos cobrábamos. Hoy, yo mismo no lo puedo creer. Entonces, contrataban dos orquestas: una típica y una de jazz. Tocábamos nosotros, terminábamos y teníamos que bajar y esperar que tocara la de jazz para luego volver a subir. Hacíamos dos o tres entradas cada orquesta, jueves, viernes y sábados. Cuando bajábamos, mis compañeros se iban a esperar esos cuarenta minutos a un bar. Yo tenía catorce, quince años, y me quedaba al pie del escenario, mirando los músicos de jazz, que habían estado en el camarín con nosotros. Pero ellos tenían otra ropa, otros instrumentos, por ejemplo, un viento que yo aún no sabía que se llamaba saxofón. Y yo los miraba y encontraba algunas cosas parecidas o relacionables con el bandoneón. Había un pianista que tocaba distinto al nuestro, el contrabajista también tocaba otra cosa. Ellos tocaban, la gente bailaba y yo miraba. Empecé a hacer amistad con ellos hasta que, un día, me dijeron, “¿te gusta, pibe?” y me invitaron a una casa donde se juntaban a tocar. Yo fui con mi bandoneón y, de pronto, me encontré tocando “St. Louis Blues”, ¿y por qué, si yo era del tango y además estudiaba en la Universidad? Pero algo me llevó ahí.

Kandinsky.
Kandinsky.

La curiosidad me lleva a cualquier cosa que sea distinta a lo que hago, voy con una lupa a ver cómo es. Probablemente eso influyó porque, a la hora de “Generación Cero”, en los sesenta y pico, todo el tango me había transcurrido por dentro, mis tripas estaban llenas, no solamente de Pugliese, sino de cuanto músico de tango hay. Pero también me revolqué con el jazz y con el rock, con la música flamenca y con la música hindú y con la música clásica. Esas cosas golpeaban a la puerta y así salió “Generación Cero”. Con un poquito de imaginación y mucho culo-silla.

¿Anduviste alguna vez por las músicas de los pueblos originarios?

Lo veo más lejano. Es curioso, porque está tan cerca. Pero, como les decía antes, me reconozco como un ser muy urbano, no sé si tengo mucho que ver con una chacarera. Me encanta, disfruto de tocarlas. Pero un ratito, después ya me olvidé. De todo aprendí.

 

 SABOR, CHICO

 

Pero crecían las hornallas/ trabajosamente crecían/ empinábanse con dolores/ para que cuajaran panes/ panes eran palacios de gentes torvas/ ¿o con máscaras de barro impuro?/ con inocentes mascarillas/ ¿gentes que siempre comerán barro?/ crecía la hornalla/ cumplíase entre colorinches y desvelo”
Juan Carlos Bustriazo Ortiz


¿Qué es lo poético para vos?

Kandinsky.
Kandinsky.

Es como una especie de sabor. Algo que necesito para que me complete. Una presencia que está ahí, que no invade. Cuando no está, me siento vacío. Siento la poesía en las cosas, en los movimientos, en los gestos y, obviamente, en la música. Hay una existencia, una manera de ser poética y otra no poética. ¿Y qué sería lo no poético? La ausencia de algo muy necesario. La poesía está en todo ¿qué es lo que hace rica a una comida?, ¿la salsa? Sí, la salsa tiene que estar bien hecha, pero ¿eso solo? No, no. Acá le puse un queso que no sabés… Pero, ¿eso es? Bueno, la pasta. Sí, está bien. Y el punto de cocción y la sal. Pero ¿qué es, en definitiva? Hay un punto donde las cosas concurren, ocurren, hay algo…

¿Y con el bandoneón?

Lo mismo. A veces uno toca con poesía y, a veces, no. La poesía no es una cosa que está afuera de nosotros, es una parte de nosotros.

A veces la gente descubre lo poético luego de mucho tiempo de no considerarlo siquiera.

Sí, juntaría lo que contaba de mis estudiantes con la poesía como a dos hilos. Hacemos un nudito ahí y tenemos como un vaso comunicante. Como te decía, los estudiantes, sobre todo los que vienen mal formados de un conservatorio, llegan con prejuicios. Se ponen a tocar, yo me quedo tomando un mate por acá, les doy el tiempo que necesiten porque entiendo que vienen de la calle a exponerse ante el maestro. Más allá de sus capacidades naturales, cada uno viene con sus temores, con sus inhibiciones. A mí me interesa ver cuánto demora la gente en percibir algo. Más de una vez, un estudiante está tocando y pasa un auto. Termina y, aunque el sonido fue notable, al preguntarle, no escuchó al auto. Si grabamos y lo reproducimos, ahí lo descubre. Es una atención que está o muy concentrada o muy inactiva en algún lado, sin que él se lo haya propuesto. Entonces, siempre hay cuestiones que te fueron deformando y empezaste a escuchar mal, a valorar mal. Si te equivocás a cada rato, hay que estudiar más. Pero, de cuando en cuando, está bien equivocarse. Miles Davis decía que si un músico se equivoca dos veces en un mismo lugar, no es una equivocación, es un arreglo.

El error también forma parte de lo poético.

Claro. Muchos vienen muy aprisionados por el “no me debo equivocar”. Pero no tienen control de otros parámetros: ¿el volumen es bueno?, ¿muy alto, muy bajo?, ¿el tempo? Otra cuestión es la tonicidad muscular, que tiene que ser justa, eso hay que trabajarlo. Cada notita es un mundo, hay que pensar cómo la empiezo y cómo la termino, la pego a la otra o la separo, la hago sobresalir o la escondo. Yo les digo que hay que crear y desarrollar un círculo virtuoso: el cerebro, que comprendió que esa nota va con el dedo 3, manda una orden al dedo. Ese dedo se siente mirado por el jefe: “Usted, vaya y haga tal cosa”, va y lo hace. Ahora, si el cerebro no tiene claro lo que hay que hacer, dice: “a ver, alguno de ustedes…” entonces, para hacer la tarea van dos, o no va ninguno, y esa nota quedó sin tocar o fue tocada más tarde. El cerebro tiene que recibir datos de la partitura o de una fuente confiable. Ese fenómeno tiene que ser controlado por el oído, que es como un jefe de personal. Si está distraído o no acostumbrado a percibir, no puede informar al cerebro, y este no puede dar la orden. Entonces el dedo no reacciona. Después, hay que hacer de ese ejercicio mecánico algo artístico. Y eso otro mundo. Tocar un instrumento no significa, necesariamente, hacer música. Se puede tocar con destreza y sin arte. Hay, también, otro vicio: “estudio con Mederos, de acá voy a salir bueno”, “no, maestro, yo como usted no voy a poder tocar nunca”. Ya empezamos mal. Él tiene que llegar a tocar mejor que yo. Si soy insuperable, no hay manera de hacer nada. Acá confluyen, entonces, lo poético y la educación. Y la pregunta final: ¿te gusta lo que tocás? Muchos músicos sólo tocan lo que leen escrito. La música es otra cosa. Miles Davis decía “nunca toques lo que está escrito”. Es decir, tocá lo que está escrito, pero no como está escrito… Eso es trabajo, paciencia, conciencia y hasta donde dé tu sensibilidad.

Rodolfo Mederos con el Anartista. Fotografía: Ana Blayer.
Rodolfo Mederos con El Anartista. Fotografía: Ana Blayer.

¿Y deseo?

Para vivir, es lo primero.

Para terminar, el tema de este número es la decisión, ¿hay alguna decisión que te cueste tomar hoy?

La decisión que tengo que tomar en esta entrevista es si tocar o no. Me cuesta, porque no estoy muy seguro si les va a gustar.

El que no arriesga no gana.

 

(1) Protoplasma celular: compuesto por núcleo, citoplasma y membrana de una célula.

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