LECTURISTA
El devenir: sobre “La revolución de las luces”, de Nicolás Sada.
Por Esteban Massa

 

AGUANTE LA REVOLUCIÓN

Nicolás Sada abre a “La revolución de las luces”, un mundo fragmentado e inquietante. Pero convengamos que el término revolución, a vista de ojos distraídos, aparenta ser una locura. Con solo imaginar el camino, el cuerpo se echa a dormir con la frustración como almohada. Imagino una carrera de 100 metros: un carril despejado y recto; otro, el carril del escritor, curvado y con una pared a mitad de camino. En eso, aparece una hoja en blanco que ilumina la senda, invita a pensar, a imaginar algunos trazos. Si hay luz blanca, los ojos pueden esperanzarse.

Y Nicolás abrazó esa blancura y, allí, como un reflejo, los colores todos abrieron la mirada. Se despegó, tomó la hoja, hizo un avioncito, y su sueño sobrevoló los tejados imperfectos del barrio de Floresta. Los reflectores de la cancha de All Boys se encendieron para ver el vuelo de las aves blancas. Y así ofreció un refugio.

Lo veo a Nicolás, compañero de pasiones literarias y futboleras, aferrado al alambrado del Estadio Islas Malvinas. Los avioncitos llegan empujados por ráfagas de ojos rojos, y se incrustan en la red del arco que da a la Avenida Jonte. Nico grita, desaforado, y revolea un trapo por encima de su cabeza: así, como el contraste de las luces y las sombras, las banderas de esta revolución son blanquinegras.

Mural All Boys

“Suene el despertador o no, cada mañana despierto con la asfixiante sensación de lo volver a ver.”

No miramos como cuando éramos niños. Tenemos huellas de aquellos brillos en algún rincón del cuerpo, de la audacia y de los ojos. No miramos como cuando éramos adolescentes, pero mantenemos el ímpetu dispuesto, para cuando den la campana de largada. No miramos como mirábamos ayer, porque la noche ha hecho su alquimia. Entonces, la asfixiante sensación de no volver a ver igual es un hecho. Pero no volver a ver nada, ¿es posible? Incluso si el ojo falla, siempre “una luz opalina se presenta ligera, verde, blanda, se filtra entre las pequeñas rendijas de la persiana de madera.”  Con la mínima dosis de luz, “La revolución de las luces” encuentra la punta del brillo para apostar a la escritura. Una escritura fragmentaria:

“Los ojos frescos, humectados por los colirios, – hialuronato de sodio-, se pronuncian vivaces, la luz se presenta magnífica, homogénea, esperanzadora. Lo atraviesa todo. Juntar coraje desde los rincones y salir al mundo a dar batalla contra los fantasmas que lo habitan. La elección de cada palabra debe ser justa, urgente, destacada.”

El viento transporta las letras y silba, pero se ahoga, toma de su propio aire y respira.  A la vez y sin aviso, las palabras se agolpan en una esquina, con la mirada húmeda.  Es la mirada que sale hacia los otros y ve cómo las palabras se pegan en las ropas de la gente, en los retazos de piel seca. La mirada se pone el overol e interviene sobre esa confusa construcción de sentido: sintetiza, desordena, rearma. Así, Nicolás muestra a la mirada no como espejo de lo existente, sino como constructora. Y, a partir de allí, moviliza.

Hombre en tunel

“Estos son los pliegues imperfectos de la escritura de un ojo. Somos un cuerpo habitado por la palabra ajena. La voz manifiesta de las retinas sensibles. Una contracción de luces que flota difusa, mientras intentamos disimular lo inalcanzable”

 

Agotados por una jornada interminable, nos restregamos las nieblas para ver mejor. Eso presumimos, hasta que alguien nos pone un anteojo.  Creí que veía bien, pero no. El ojo no está blindado ante la oscuridad de barrios empedrados y grises. Hay confusión en el ojo negro, puede ver los colores que prometen la salida de un sol redondo.

Aquí los matices son servidos en bandeja por el texto. No somos oscuridad o luz, somos fragmentos con manchas de una y otra, alternadas.

“En el umbral de la noche, los ojos somos todos diferentes. Algunos danzamos al compás de las tinieblas. Otros lo ven todo, pero se aburren. El ojo perfecto quizás no lo ve todo. No queremos ver promesas, solo apretar con ganas los párpados cansados y abstraernos con el revuelo de flashes, que nos regala la sombría geometría del color.”

Una combinación de luces y sombras ilumina el camino de la mirada geométrica. La curva, allá en la lejanía, se muestra bajo un halo de luz triangular. Nos detenemos, angustiados. ¿Vamos hacia la curva o ella viene? Hay que detenerse a pensar en la banquina, cruzados por fantasmas que nos acechan. Avanzamos lentos por los bordes de barro, sin mirar al centro, pero con los ojos despiertos, vivos. La curva viene.

Hay que dejar venir las ondulaciones de la carretera visual, ninguna línea es recta, y esos quiebres curvos me dan escalofríos.

“Estamos aturdidos, asustados. Somos un quiebre en el infinito. Diferentes puntos cruzados. No vemos de la misma manera ni reconocemos las mismas formas. No queremos percibir idénticas texturas. Apenas, algunos rastros. Juntamos fuerzas y nos rebelamos con la absoluta disciplina de ver.”

“Recuerdos que mienten un poco, siempre fue así. Nuestro miedo helará, este infierno creo. Sopla un viento frio en la ciudad”, resuena Patricio Rey y sus Redonditos de ricota. Los ojos son el primer contacto con la memoria. Hay ojos en el oído, en la boca, en el tacto. Recuerdos vagos, ventarrones rugientes como el olvido.

“La omisión visual se relaciona con cierto tipo de olvido. Los ojos son los primeros en recordar y, en ese sentido, experimentan una conexión. Las distracciones se presentan unas tras otras y convierten las historias en imágenes narradas.”

O ventarrones como una sombra:

“La sombra temblorosa de un pájaro en la pared, un texto permeable y un ladrido lejano traen la cercanía de las cosas. De frente, la luz plena encandila, devuelve paulatinamente los sentidos.”

Así, “La revolución de las luces” es también la de las sombras. Pierdo la lucidez ante conos sombríos, mientras leo. Solo deseo contar con la ayuda de linternas fugaces que me muestren un punto adonde aferrarme.

¿Cómo sortear el vaivén de las curvas?, ¿vendrá otra luego?

Floresta ahora es un barrio escrito dentro de una revolución. Floresta me mira y me encandila. No veo, pero no me asalta la desesperanza. La tengo a mi lado, siento su respiración, apoya sus manos en mis hombros. Estoy en paz, aunque tiemblo. Mis ojos tristes, sin vida. Al oído, esta locura compartida me susurra: “Tranquilo, abrí los ojos, la revolución de las luces es un hecho, brindemos”. Y así, el choque de las copas resuena por las callecitas de nuestro inmanente barrio.

  

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