Lecturista: sobre los poemas de Mía Couto, “Saudade” y “Edad”.
Por Lourdes Landeira
HUELLAS
Me pregunto si es posible pensar la edad, esa que cada año calendario se transforma en un número nuevo con el soplar de una velita más, como un plano fijo en términos spinozianos.
Comencemos por decir qué entendemos por plano fijo. Es todo lo existe, es el infinito y por eso, por ocupar la totalidad, está quieto. Es una quietud que no le impide modificarse, porque adentro sucede la alquimia y “Dios es una sola sustancia con infinitos atributos”, dijo Baruch Spinoza, en el siglo XVII. Pero esa edad –sustancia-, al mismo tiempo que todo lo ocupa, no está terminada, continúa en su perpetuo devenir.
Entonces, mis 52, que muy pronto se transformarán en 53, no dejarán de ser, no estarán perdidos: formarán parte a la vez que contendrán las inconmensurables huellas que han transformado y van a transformar mi cuerpo durante el espacio de tiempo en que por él transite la vida.
EL GRADO CERO DE LA EDAD
¿Cuál es el momento 0 de mi cronología?
El instante en que fui expulsada –o me expulsé- del vientre de mi madre, no lo es si, como dice el africano Ondjaki en un pasaje de su novela “Los Transparentes”: “los jóvenes llevan viejos dentro de ellos… de tiempos más antiguos que ya sucedieron. Cuando nacemos, ese tiempo cae dentro de nosotros… y, en la vida, como en los días de la infancia, nunca estamos solos…”
¿Es entonces mi edad ese infinito completo e inmenso en el que me abrevio? Lo itálico de la caligrafía remite a otro africano, también contemporáneo, Mía Couto: “cuando me encendí/fue en las abreviaturas del inmenso”. El verso es el final de su poema, “Edad”, del libro “Vacante y llamas”. No tengo información acerca de si Couto leyó a Spinoza, pero yo creo que sí. La elección de la palabra abreviatura, sin duda, remite al mínimo recorte de algo que contiene al todo.
“Porque yo no vivo por extenso./Sólo fui la Vida/en relampejo del incienso”, dijo en el verso anterior. Y, claro, se confirma la hipótesis, su extensión –el atributo de extensión, en la filosofía de nuestro ya amigo Baruch- es inescindible de su todo: la inmensidad se manifiesta y se reedita en el relámpago de su cronología.
“Mente el tiempo:/La edad que tengo/Sólo se mide por infinitos”
Así comenzaba el poema y, de ese modo, se clausura cualquier duda: presente, pasado y futuro no se disponen solo en la rígida línea de la cronología. También se contraen en destellos de infinito, donde la edad ocupa la totalidad de su poema, es decir, un punto. A decir verdad, está toda ella en un punto y también en cada verso: Sucede y transcurre a la vez.
EL PRISMA LECTOR
Las ideas de Spinoza son un prisma desde donde leer cada aquí y ahora. La potencia singular de cada quien varía según el grado de afectación a cada momento. Arriesgo vislumbrar lo escrito en las líneas anteriores en otro poema del mismo autor, “Saudade”, del libro “Traductor de lluvias”.
Esta vez, comienzo por el principio. Y encuentro que la magia empezó a moverse. El poeta extraña los días del más allá de su transcurso:
“Qué nostalgia/ tengo que nacer/nostalgia/de esperar por un nombre/como quien vuelve/a la casa que nunca nadie habitó”
¿Qué tipo de nostalgia es esta, tan inaugural? Un doble movimiento de tiempo: desde un hoy corporizado a un ayer casi vacío. Y digo casi, porque la nostalgia se repite. Hay una de nacer y otra de esperar un nombre. Una nostalgia de presente y una nostalgia de futuro. Entonces, ¿estamos ante una nostalgia no nostálgica? Queda abolida, así, la fuerza tremenda que tironea hacia atrás en la cinchada de la cronología. Abolida, del mismo modo que Spinoza suprime la profundidad: Para él no hay más que superficie. Pero en la superficie nada es “superficial”. Está el plano fijo (Dios, hecho de infinitos atributos). Y no hay diferencia entre dios y los atributos. No hay creador y criatura. El creador es sus criaturas. Y todo lo que está hecho de atributos (el hombre tiene dos, extensión y pensamiento), se extiende, deviene, se entrelaza. El rizoma es la figura que resulta: las ramas se entretejen de modo tal, que no hay origen ni secuencia, queda el plano, a nivel de superficie en donde ellas se mueven.
Inmediatamente, la voz de Couto:
“No necesitas la vida, poeta./Así hablaba la abuela/Dios vive por nosotros, sentía./Y regresaba a las oraciones./La casa volvía/al vientre del silencio
Y daba la voluntad de nacer”.
El poeta es grande al regresar a sus versos y la abuela lo es, entre sus oraciones. Cada quien, como diría Baruch, a perseverar en lo que es.
NOSTALGIA DE HORIZONTE
Pero no siempre disponemos de toda la potencia que somos. Entonces, llega el verso:
“Qué nostalgia/tengo de Dios”
Como quien dice, nostalgia de ese futuro nombre que el verso promete, nostalgia del renacer. Nostalgia de oración, que es rezo y también unidad semántica de todo relato. Las cinco palabras condensan la intuición de la eternidad, travestida de infancia y silencios de antes y después.
¿Qué significa, entonces, cumplir años? Una edad no es un número. Y una cifra no comprende a una edad. Ni la incluye ni la entiende. Libre, en la totalidad, la extensión de mi recorte se expande fuera de los límites de cualquier moral y me intuyo ética y alegre, en cada aquí y ahora.