El Lecturista
La decisión: sobre “El derrumbamiento”, un cuento de Armonía Somers.
Por Lourdes Landeira
PRELUDIO
“El derrumbamiento” fue el primer cuento que escribió Armonía Somers. Sin embargo, se publicó en 1953, después de “La mujer desnuda”, novela de la misma autora que, por su osadía, causó gran revuelo en el Uruguay de 1950. Armonía había nacido en Pando en 1914, hija de madre católica y padre anarquista, quien decidió su nombre y la inscribió con su apellido, Etchepare. Ella trabajó como educadora, mientras escribía protegida bajo el seudónimo Somers, fonéticamente símil a summer, verano en inglés.
Pero hoy es turno del cuento y, con él, de la muerte de Tristán.
Tristán es un negro que huye bajo la lluvia, con sus alpargatas rotas, luego de matar a un hombre blanco, en circunstancias de las que nada se sabe. Golpea sus dedos desnudos contra las piedras, mientras corre hacia un refugio que nunca vio. Llega y logra que su cuidador le abra la puerta y le asigne un espacio tan húmedo como el exterior. El lugar está lleno de otros hombres. Al recostarse, afiebrado, Tristán ve una imagen de la virgen y comienza lo que podría ser el delirio de un moribundo. O no. La virgen desciende hacia él y le pide que la acaricie para volverla mujer. Con las mismas manos que antes mató a un hombre, Tristán dará vida a la estatua. A cambio, ella lo hará morir antes de que sus perseguidores lleguen a capturarlo.
“Entraron como piedras con ojos. Iban derecho al negro con las linternas, pisando, pateando a los demás como fueran fruta podrida. Un viento infernal se coló también con ellos. La casucha empezó a tambalear, como lo había hecho muchas veces aquella noche. Pero ya no estaba la virgen. Un ruido de esqueleto que se desarma. Luego, de un mundo que se desintegra. Ese ruido previo de los derrumbes”
Si bien de eso se trata, mucho más puede leerse en el cuento de Armonía Somers. A continuación, algunas pistas.
RESPLANDORES
“Te encontrare una mañana / dentro de mi habitación / y prepararas la cama / para dos”
“Canción para mi muerte”, Sui Generis
“Sigue lloviendo. ¿Por qué sigue lloviendo? Maldita virgen, maldita sea. ¿Por qué sigue lloviendo?”
Algo al borde de caer, algo a punto de hundirse, ya está anunciado. Ahora bien, no será esta una caída seca ni inesperada. Por el contrario, se va a inscribir en la continuidad de una lluvia de un tiempo anterior y llena de misterio. A su vez, el misterio ancla en la pregunta y la blasfemia ante lo inevitable y su repetición. Nadie ha podido parar la lluvia. Nadia ha dejado de morir.
El agua y la muerte, protagonistas indiscutibles instaladas junto a una virgen, se completan con la centralidad de quien va a morir. Un negro que acaba de matar a un blanco y huye, aun desahuciado, en busca de un refugio.
“Él habla y piensa siempre de otro modo, como un enamorado”.
Estamos sobre el final del primer párrafo y, como era de esperar en el juego de contraposiciones, no podían faltar el amor y su reto a la primacía de la razón.
Llegará el momento en que Tristán, tal el nombre del condenado, no sepa qué es la muerte. Eso será luego de haber derretido con sus caricias la cera fría y estática, que escondía la humanidad de una mujer. Una, a quien primero le habían impuesto un hijo, para luego arrebatárselo en un acto de sacrificio ejemplificador. Entonces, ya sin maldecir, Tristán le preguntará a la que fuera virgen “¿Muriendo? ¿Y eso qué quiere decir?”
Podría pensarse que la pérdida de la razón solo le sucedía a ese hombre afectado por el frío, dentro de un supuesto refugio de endebles cimientos enclavado entre ruinas, sin alero que repare de la intemperie. Sin embargo, no estaba solo con su fiebre. Alrededor, cuerpos indiferentes de otros hombres y “un trueno que parecía salido de debajo de la tierra conmovió la casa”. La naturaleza, entonces, se hizo parte de la subversión de las referencias. Arriba y abajo se volvieron intercambiables mientras “una epilepsia ingobernable” recorría a la ventana lateral. Olores y rumores compitieron por sobresalir en el mismo plano de sentidos y la tela de una araña llegaba “hasta la locura de una danza”.
En el transcurrir de páginas y párrafos, los códigos van a ser reestablecidos en medio de pequeñas muertes y una especie de estribillo amenazante: “Fue entonces cuando sucedió / Fue entonces cuando sucedió lo increíble / Entonces fue cuando sucedió.” Para, finalmente, concluir: “Y ocurrió, de pronto, encima de todos. Es claro que había cesado la lluvia.”
El agua, la vida, llegaron juntas a su fin, “de pronto”. A pesar de las tantas advertencias, la muerte siempre termina por ser inesperada.
NAUFRAGIOS
“Tomate del pasamanos / porque antes de llegar / se aferraron mil ancianos / pero se fueron igual”
“Canción para mi muerte”, Sui Generis
“De la comisura de los labios hasta la punta de la ceja izquierda, le iba una cicatriz bestial de inconfundible origen.”
La descripción no pertenece a ninguno de los personajes del cuento. El rostro era del hombre que ostentaba las llaves de ese último “asilo de la noche sin puerta”, donde acudían los vagabundos en busca de amparo,ante una desolación que se resistía a abandonarlos. Para entrar, había que conocer la contraseña: no se le abría a cualquiera. La clave era golpear cuatro veces. El negro no lo sabía, sin embargo, insistió. Después de los infructuosos tres primeros llamados, enfatizó con furia el cuarto. Entonces le abrieron. Logró entrar a aquel “trozo mantenido en pie por capricho inexplicable”. Creyó que la intensidad de su golpe le había franqueado el camino, no sabía que se equivocaba ni tampoco que su error fue su acierto.
Una vez adentro, le tocó a Tristán ocupar un espacio entre dos montañas de hombres dormidos, una zanja vacía, donde podían entrar quién sabe cuántos cuerpos. Allí donde se indiferencia hombre-refugio-animal-objeto, mientras lo inaccesible hace lo suyo y “la casa vuelve a tambalear como un barco”.
“Era muy diferente caminar bajo el agua. Parecía diferente desafiar los torrentes del cielo desplazándose. La verdadera lluvia no es esa. Es la que soportan los árboles, las piedras, todas las cosas ancladas. Es entonces cuando puede decirse que llueve hacia adentro del ser, que el mundo ácueo pesa, destroza, disuelve la existencia.”
Filos, fragmentos, huecos y permanentes transformaciones se sucedieron en busca de lo verdadero inaccesible. Si bien el agua ocupó un lugar central, entre desplazamientos y sujeciones, la voz marcó su propio recorrido.
Se presentó “pensamiento demasiado oscuro para su dulce voz de negro”, se materializó en súplica, se transformó en «voz plena” para invocar y luego, ya lejos de la contemplación, fue una “voz de miel quemada”. Antes, otra voz se le había manifestado “aguda y fría”, en la cara del hombre de la cicatriz. Luego, desde la imagen venerada, sonó una “voz cada vez más segura de sí misma, como si ya se estuviera humanizando”. La misma que, poco después, iría hacia su mano, “cada vez menos neutra, más viva”. Y él la oyó y la reconoció como “la miel más dulce para gustar en esta vida”. Si la voz, como el agua, pueden equipararse a la vida y a la posibilidad de lo humano, ella misma se hace medio acuoso en el intento de ser:
“Tendría él que responder o morirse. Tendría que hablar, que darse por enterado. Intentó tragar saliva. Una saliva espesa, amarga, insuficiente. Pero que le sirvió para algo.”
CENTELLAS
“Te suplico que me avises / si me vienes a buscar / no es porque te tenga miedo / solo me quiero arreglar”
“Canción para mi muerte”, Sui Generis
“Había en su andar en el aire una decisión fatal de agua que corre, de luz llegando a las cosas”.
Quien decidió, en este caso, fue la mujer inmovilizada en estatua de cera, seca, sin posibilidad siquiera de llorar. Ella, después de largos siglos de escuchar súplicas y lamentos sin poder hacer nada, rompió con el designio de su vida eterna y quieta. Lo hizo al oír en la voz del negro moribundo el poema que “nadie le había rezado”. Él debía tocarla, acariciarla con las manos que poco antes habían dejado de responder, pero que luego del beso de la casi ex virgen habían vuelto a obedecerle. Se afectaban de modo imprescindible. Él debía combatir el miedo, tuvo que “pensarlo con la frente oscura de negro”. Ella, resuelta a salir de la prisión. Iba a huir, le bastaría una “pequeña abertura”. Pero, antes, ayudaría al hombre en su propia liberación, en acompañarlo a morir antes de ser capturado por las manos asesinas que lo perseguían.
Un viento triste y lacio se llevó a la mujer en la noche
- ¡Madre, madre, no me dejes! Ha sido el cuarto golpe. ¡Y ahora me acuerdo de lo que es la muerte! ¡Cualquier muerte, madre, menos la de ellos!
Es claro, no todos los golpes son idénticos; los que provienen de manos con armas, saciadas por estómagos llenos que deciden ignorar pliegues y tachaduras, arremeten sin códigos contra viento y marea. En contraposición, tampoco todas las respuestas ni todas las tormentas son iguales. Ni los finales de lluvia son necesaria -aunque inevitablemente- los mismos.