El encuentro: sobre la memoria y los sentidos.
Por: Esteban Massa

 

“La memoria histórica no conserva todos los recuerdos,
hay cosas como dormidas en nosotros.
En algunos se despiertan, pero no en todos”
Andy Warhol

MEMORIA ESPECTANTE

Huellas pasivas en rincones ocultos de la memoria se activan ante un estímulo azaroso. Es el encuentro con los instantes, con nuestros pares también, pero como partes vitales de un elenco en un rodaje, a paso de comedia trágica.

El balanceo de la hamaca en la plaza principal, arenados los pies, sudada la frente, momentos que danzan entre lo real y los sueños. Los sentidos, cualquiera de ellos, enchufan la llama del encuentro: olor a café, un árbol caído, la frenada de un coche, el grito del sodero, el ruido de la gotera en el balde de metal.

Alcanzó con caminar por determinados lugares para que el encuentro se produjera. Solo bastó con pasar por el paredón gris grafiteado del “Campito” donde pateábamos la pelota de pibes: sentir el olor a barro fundido con pastos secos, y verme ahí. Se escuchaban gritos, risas. Y entonces recuperé en el pecho el frío de la transpiración que se seca en invierno y el sabor cristalino de la manguera, prestada por el vecino. Poco a poco, las madres se asomaban por el paredón, cuando el sol se escondía. La luz del día en retirada, detrás de los árboles y el amanecer de melenas entrecanas reclamaban la vuelta a casa.

– Un rato más, mami, dale.
– No, ya lo hablamos, ya puse el agua en el fuego.
– ¡Ufa!

La ducha caliente, el vapor que afloja la tos seca, el shampoo ardiente en los ojos, punza hasta el insulto. Ciego, estiro las manos y me encuentro con el olor al jabón blanco que me trae en bandeja la toalla raleada.

Y, por si fuera poco, aún escucho el insulto que la vecina nos dedicaba cuando la pelota caía en su patio. Escucho el ruido de la pelota al romper una cala, y en eso me encuentro con los pibes, en fila, asomados al paredón para ver dónde ha caído. Veo nuestras miradas, cruzadas y temerosas a la espera de un espasmo de coraje:

– Yo salto, vos fíjate que no salga la vieja.

Ya de grande me encontré con esa mujer, la memoria se activó cuando me dijeron que su corazón dijo basta, la vi más bella.

 

PIJAMAS

“Una intimidad de cuerpo hace mucho olvidada,
que venía del tiempo en que se tiene padre y madre”
Clarice Linspector, “Lazos de familia”

Distraído, recorro en auto la distancia entre mi casa y la de mi padre. Lo voy a visitar para ver cómo y en qué anda. Y lo hago con placer, no hay mandato en el medio y eso me reconforta. Me frena el ruido estirado de la bocina del tren fundida con la campanilla y su aviso: “la barrera está baja”. Me sacude un golpe a la ventana, desde donde un pibe de flequillo desparejo me observa.

– ¿Puedo subir?
– Subí, dale

El pibe me cuenta que es domingo. (Miro alrededor y es todo domingo, aunque sea martes.) Que está volviendo de la cancha de Boca con su viejo y su hermano, y que siempre lo despierta el ruido de la chicharra. Que eso lo alegra porque, hasta que pase el tren, tiene unos minutos más para dormir.

Y cierra los ojos, se pone en posición fetal y duerme, sueña, hasta que su padre le dice que se despierte, que llegaron a casa.

 

El cuerpo le pesa, cuatro horas bajo la lluvia, las piernas entumecidas por el esfuerzo por mantenerse de pie en la multitud, aunque su padre lo abrace y lo sostenga. Hay ruidos que  aún retumban en sus oídos tiritantes, olor a pizza de barrio, oscuridad de conventillos que encandila. La cama queda lejos, hay que lavarse los dientes, ponerse el pijama y todo en un estado de seminconsciencia.

 

Llego a la casa de mi padre, es martes, me recibe con el pijama puesto y un gorro Piluso azul y oro.

– No sabes la siesta que me estaba pegando. Se la pedí prestada a la muerte.
– Y sí, el domingo no da para otra cosa. – y reímos a la par.

 

 

LA OTRA

“Yo no sé si pueda volver a encontrarte, amor
si Dios no me quiere en tu eternidad
sueño con que duermo, no lleno mi tumba aún
y un poquito tarde, esta vez, se va a hacer
te voy a encontrar
en la oscuridad”
Indio Solari, “Y mientras tanto el sol se muere”

¿Hacia dónde van los momentos? ¿Quién los refugia? ¿Quién los atesora?

Los sentidos se disparan y sacuden el polvillo de los baúles de la memoria.

Al abrirlos, me surge la idea de que se dan reencuentros con quienes creemos conocer. Pero hay otra dimensión, que pude descubrir de manera casual con la pérdida de mi madre. Y fue un descubrimiento revelador que cambio mi visión sobre los que me rodean.

¿Quién era mi madre cuando no era mi madre?

La respuesta fue inmediata, contundente y esclarecedora. Mi vieja amiga, mi vieja profesional, mi vieja mujer, mi vieja envuelta en un cono de luz que nunca vi, pero que encandila de orgullo y felicidad. Mi vieja.

Polillas en busca de la luz, una luz que está ahí, a la vuelta de la esquina.

Me encuentro y desencuentro con las palabras, las desarmo, las combino con otras. Son insuficientes sin un shock de estímulos sensibles, son insuficientes si no pisamos huellas.

 

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