El apego: Entrevista a Tute

Entrevista: Verónica Pérez Lambrecht, Estela Colángelo, Isabel D’Amico, Gabriela Stoppelman, Esteban Massa
Edición: Esteban Massa, Verónica Pérez Lambrecht, Gabriela Stoppelman
Fotografía: Ana Blayer
Agrademos a Tute por el valioso aporte de las imágenes brindadas para esta nota.

 

Verde como el comienzo, deja al jardín que se hunde /trepar con sus dos torres de cáscara /hasta el día en que el gusano construya con las pajas doradas del veneno /mi nido de clemencia en el tosco árbol rojo.”
“En dirección al altar con la luz del búho”, Dylan Thomas

Un día un punto se puso a nacer. Primero, asomó tímido entre dos almenas de un cascarón quebrado. Y luego trepó la torre del aire, en un ensayo general de su porvenir. Justo era época de tormentas así que, involuntariamente, su aparición anticipó el resplandor de un relámpago, contraído en su mínima sustancia. Mientras él desperezaba sus pliegues, miles de soles nacían en grandes estampidas. Sin embargo, en su brevedad, el punto se repetía que no hay que comparar. Cada uno a su tiempo y en su dimensión. Aparte, estaba concentrado en otros asuntos. Se sentía muy frágil y tan proyectado hacia el futuro, aunque aún sin alas.
Un avioncito de papel que pasaba por allí le advirtió la sed en los ojos y fue en su rescate. Con cautela, lo invitó a un sobrevuelo por los bordes: no era cuestión que un ser tan pequeño estrenara el mundo en un violento choque contra el ojito de dios. No. Avioncito y punto anduvieron por el agua, por el fuego y por la tierra y, cuando el crío se sintió desplegable, se hizo trazo.
Como un vientre dispuesto, la luna se mantuvo cóncava, menguante o creciente, pero pocas veces llena o nueva. Discreta y abierta, fue testigo de la línea al fundarse territorios entre ciudad y suburbios. Contempló la deriva de los rostros, atendió a los blancos parlantes en medio de una charla con el tiempo. Y, al final, se le pusieron las rocas de punta, al ver cómo el trazo, hastiado de la prosa, le perforaba los contornos a lo unívoco y abría su deseo en abanicos.
Después, llegó el día en que la luna vio al dibujo acomodarse sobre la historia de un viejo sillón y tender un puente entre generaciones. Entonces, supo que su tarea estaba terminada y se retiró a su rol de paisaje, no sin antes regresar a la frontera de los cascarones, donde nacen todos los puntos. Mientras la luna se aproximaba a la zona, un tumulto de ausencias muy presentes urdía la trama de futuros sobrevuelos. Entre las dos almenas de un cascarón quebrado, volvía a insinuarse una sombra de caligrafía. En esa cintura, nos encontramos a charlar con Tute.

 

CARRERA AL CIELO

              “La tempestad avanzaba rápidamente hacia nosotros. Sabía dónde iba a caer el quinto rayo un instante antes de que el cielo se abriera.”
             “Una mujer cayendo del cielo”, José Eduardo Agualusa

Nos llamaron la atención los elementos gráficos que usás como conectores en tus libros. Por ejemplo: el huevo, en “Diario de un hijo” y el avioncito, en “Dios, el hombre, el amor y dos o tres cosas más”. Estos elementos, a la vez que amalgaman, trazan una línea de poética que narra por su cuenta, dentro de la continuidad general del libro.

En la novela gráfica “Dios, el hombre, el amor y dos o tres cosas más”, efectivamente, hay un avioncito que atraviesa no solo el cielo, sino todas las páginas del libro. Era un libro caprichoso desde su concepción. Tomé 300 páginas porque sabía que iba a ser una novela de largo aliento y me puse a dibujar sin tener ni idea de hacia dónde iba ni en qué iba a consistir. No había una trama ni un arco argumental ni una hoja de ruta prevista. Fue una suerte de “jam session” de dibujo. Empecé con un tipito que, como lo dibujé mirando hacia abajo, le hice decir “Esa noche no miré la luna”.

Y seguí cada cuadrito como una grajea nueva. Así, algunos personajes empezaron a visitar el libro, a entrar y salir y a jugar con el espacio gráfico. Yo era como un director de cine que elegía de qué modo mover una cámara. La cámara acompañaba a los personajes o los abandonaba para seguir a otro personaje de modo absolutamente arbitrario. Sentía que algo debía hacer para que amalgame todo ese delirio argumental. Entonces, a mitad del libro, se me ocurrió meter al avioncito. Retorné al principio y dibujé a un tipito que anota algo, arma un avión con el papel, toma carrera y lo lanza. Atraviesa todas las páginas y unifica el libro.

¿Entonces el avioncito fue un agregado?

Sí, me lo permitió la edición, fui jugando con el tiempo. Hubo un epílogo que no salió publicado porque era muy pretencioso. Se trataba de 200 páginas más, un bonus track al final del libro, un “flip book”, donde había instrucciones sobre cómo pasar rápido las páginas para ver la animación de ese avioncito que recorría todo el cielo, se incrustaba en el ojo de un Dios, se caía y se desplegaba y, finalmente, se leía el mensaje. Eso no salió publicado, pero sí quedó el avioncito conector.

El avión no es un conector menor. En muchos de tus textos el pensamiento, lejos de ser solo introspectivo, parece un sobrevuelo. Como en esta imagen de “Diario del hijo”.

El avión, el cielo, el vuelo tienen esa carga poética. La intención fue jugar con lo ambigüedad que se da entre lo sublime, lo alto, lo encumbrado por un lado, y lo infantil que implica representarlo en un avioncito de papel, por otro. Así, una frase escrita con sabiduría, viaja en un avioncito de papel, que puede hacer cualquiera.

 

EL HUEVO Y LA SERPIENTE

        “Y, en los frontones de las columnas, soles habían quedado aprisionados al azar, soles sostenidos por chorros de aire como si fueran huevos, y mi frente separaba esas columnas, y el aire en copos y los espejos de soles y las espiras nacientes, hacia la línea preciosa de los senos, y el hueco del ombligo, y el vientre que faltaba.”
                                                                                          Antonin Artaud

Retomemos “Diario de un hijo”, donde el conector es un huevo, que realiza su historia propia.

En el caso de “Diario de un hijo”, como en el proyecto en que estoy trabajando actualmente -un libro sobre la muerte- ocurre algo particular. Son libros muy caros a mi corazón, no son recopilaciones ni una selección de material publicado. Arrancan desde el dolor y son autobiográficos. Todo lo que hacemos tiene una cuota de biografía, pero en estos casos, es la totalidad. Son trabajos que me interpelan por completo y, por eso mismo, son libros difíciles de encarar. Empiezo a bordearlos, juego por los costados para poder meterme de a poco. Y así se me ocurrió dibujar un huevo. Terminado el libro, pude analizar y entender por qué incluí ese huevo como conector. Tiene que ver con un nacimiento a partir de una muerte, la de mi viejo. Uno vuelve a nacer, empieza a ser un yo sin el otro. Un día, uno se despierta por primera vez sin su papá vivo. Para sintetizar, como no podía meterme de lleno en el libro, incluí el huevo en distintas situaciones elementales: lidiando con el fuego, el aire, el agua y la tierra. Yo sabía que ese huevo me iba a contar algo, había que esperar. Tardé mucho en poder dibujar el centro del libro y en poder disfrutar de hacerlo. Pero, cuando lo logré, fue muy intenso.

Hay un momento en el que ese huevo está sobre una tierra partida, es un huevo en un terremoto. Nos recordó a la ardilla de “La era del hielo”, que va tras su deseo -su avellana- y, cuando está a punto de obtenerla, se le rasga el hielo bajo los pies. Da la sensación de que, cuando el huevo es más protagonista y ocupa toda la página, se le quiebra el piso. Es como si no lo dejaran ser central. Incluso, al final del libro, desaparece.

Sí, en la contratapa, el huevo se rompe. Al lado del cascarón hay un personaje, el mesías, que es el nacimiento de la muerte. De hecho, inicialmente, esa iba a ser la tapa, pero terminó por ser la contratapa. Y, entre tapa y contratapa, están mis dos sures: en la primera, se ve una calle empedrada, un paisaje del sur de la ciudad, de San Telmo, el barrio donde vivo. En la segunda, hay un paisaje más bucólico que refiere al sur de la Provincia, que es donde nací, en José Mármol.

 

ENSAMBLE CLEMENTE

               “Juego en los grandes patios, dibujo con tiza senderos que me obsesionan. Pero algo ha sucedido. Un sendero trazado a la tarde por mí –siempre estoy solo– ha cobrado autonomía. Sus líneas, partiendo de un círculo que representa mi casa se desatan en una red de canales, puentes o subterráneos. Un mareo feliz me acosa al decir subterráneo.”
               “Visión de los hijos del mal”, Miguel Ángel Bustos

Recién mencionabas el hecho de despertarte un día y que tu padre esté muerto. Tu novela gráfica comienza con el hijo rodeado de algunos objetos que acompañan su soledad: una mesita, un té. Más adelante, la caja donde se guardan las soledades.

A su vez, está la anécdota que contás acerca de tu hermana, convencida de que el hombre en el cuadro que colgaba sobre la pared de la casa era su abuelo, y era Perón. De esa iconografía de la infancia, ¿qué otros apegos te quedan?

No soy muy apegado a los objetos, salvo a unos pocos. Este sillón todo roto sobre el que estoy sentado es uno. Es el sillón que usaba mi viejo para dibujar, ya tiene el apoyabrazos gastado y el cuero ajado de tanto uso. Pero, a pesar del desapego a los objetos, sí hay una iconografía presente en mis dibujos, a la que le asigno un valor dramatúrgico. Es decir, los objetos deben contar algo. La síntesis que aplico a la hora de construir los textos es la misma que aplico para la escenografía. De esa manera, los objetos, aunque sea con sutileza, tienen que estar al servicio de la idea. Si no cuentan algo, no los dibujo. Y, si hablamos de objetos, por supuesto tengo algunos muñequitos de Clemente, me gusta que mi hija juegue con ellos sin haber conocido a su abuelo. Cuando la veo jugar con los Clementes, es como si se estableciera una conexión entre ellos. De alguna manera, juega con su abuelo.

Clemente, como el avionicito o el huevo, es un gran conector con una época histórica del país…

Clemente y Tute

Absolutamente. Mirá, yo nací un año después de Clemente, él es de 1973. Tuvo dos picos altos de popularidad: uno en 1978 y otro, en 1982, cuando aparecen los micros televisivos. Fue un boom tremendo, no solo había muñecos de Clemente, además había sábanas, cepillos de dientes, lámparas, buzos, remeras, chocolatines, todo lo que te puedas imaginar. Hoy se me acerca gente y me dice: “No lo vas a creer, pero en el living de mi casa tengo un Clemente”. ¡Lo raro sería que no lo tuviera! Son incontables las veces que mi viejo lo dibujó, yo le pedía para mis amigos, para mis maestras. Llegó un punto en que él no daba abasto, yo ya era más grande y entonces podía ayudarlo a dibujar algunos. No fallaba: salíamos a comer o a pasear y él terminaba dibujando a Clemente, la gente se lo pedía en la calle, en todas partes.

Ya que hablamos de Clemente, en el 2013, la Legislatura porteña, por unanimidad, otorgó el nombre de Clemente a una Plaza de Colegiales, donde luego se pretendió hacer un shopping, a pesar de que se trataba de un espacio verde que debía destinarse al público, libre y gratuitamente. Junto a otros dibujantes, con pintadas alrededor del predio, vos participaste de la movida a favor de la Plaza Clemente…

Esa fue una pulseada que afortunadamente ganamos y hoy existe la Plaza Clemente. Yo siempre digo que cualquier homenaje a mi viejo es un acto de justicia. Eso, en principio, en lo personal. Por otro lado, como ciudadano, vos bien decís que se trataba de un espacio que había que recuperar para lo público. Finalmente, se logró volver al punto de partida y diseñar la Plaza, a la que aún le faltan algunas cosas. De hecho, el otro día, en una mateada con Ofelia Fernández y con Leandro Santoro en la Plaza Clemente, hablé con los vecinos porque el Gobierno de la Ciudad todavía debe emplazar un monumento a Clemente y una serie de murales, que coordiné y que ya están proyectados. La excusa o la explicación que dan por la postergación es el recorte presupuestario debido a la pandemia. Veremos, si no cumplen, saldremos a reclamar nuevamente.

 

A PUNTO Y BLANCO

               “Siempre pensé que el misterio era negro. Hoy me encontré con un misterio blanco… uno se encontraba envuelto en él y no le importaba nada más…”
                 Ida Vitale, sobre los cuentos de Felisberto Hernández

Recién hablábamos de Clemente como lugar de encuentro y síntesis. Nosotros relacionamos a la síntesis con lo poético. ¿Qué es lo poético en el dibujo?

Tute

Es la capacidad de la línea de ser muchas cosas al mismo tiempo, como la palabra en la poesía, que esconde múltiples sentidos. La potencia de la poesía es su capacidad metafórica. Dibujo y textos permiten interpretaciones varias. Y, en general, para mí, el mayor valor de lo poético es la capacidad de síntesis. En el caso de las síntesis que aparece en mis dibujos, la aprendí fundamentalmente de la poesía, de muy pibe y a través de mi vieja, que era pintora y devota de la poesía.

La síntesis es máxima cuando aparece el punto. Por ejemplo, en ese ojito de la galletita que identifica a Dios. También, en “Diario del hijo” vemos seres que se contraen en un punto. Y ese mismo punto luego empieza a crecer en dirección al huevo. ¿Se trata de un punto de llegada, de un punto de partida o de ambas cosas? 

Kandinsky dice que una línea es un punto que sale a caminar. En “El Diario de un hijo” muestro un mundo dibujado que empieza a desmantelarse hasta que queda un punto flotando en la nada. Un punto, entonces, puede ser un final o un inicio de algo. A partir de una muerte cercana y tan dolorosa como la de un padre, uno debe nacer nuevamente, refundarse. Uno vuelve a una mínima expresión para, después, reemprender el camino.

En toda esta conversación sobrevuela el tema de “lo que falta”, lo ausente que aun así está presente. En muchos trabajos de dibujantes que también escriben, como Altuna, nos llama la atención el modo en que hablan los blancos: desaparece el texto, se achican los dibujos y crece un espacio vacío…

Por un lado, los blancos agregan una tensión dramática. Los blancos, como ciertos silencios, son habladores, dicen cosas, cuentan algo, componen la atmósfera que le dan a lo que estás leyendo. Puede tratarse de una historia que transcurra en un solo cuadrito nomás. Lo mismo ocurre con los silencios textuales. No es igual un texto que se dice sin solución de continuidad, a uno con pausas y momentos para que el lector o la lectora piensen. En esos espacios, los otros completan con su propio pensamiento, con resonancias, con su propia historia. Estos huecos, por decirles de algún modo, remiten a lo que antes hablábamos de la poesía: las palabras que esconden otras palabras, los sentidos que esconden otros sentidos. En relación a esto, a mí me gusta mucho leer los comentarios de la gente, el modo en que resuena en cada persona lo que hago. Como le dijo un aprendiz de poeta a Neruda, la poesía no es del que la escribe sino del que la necesita. Hay algo del vínculo entre lo que uno hace y la gente que, en esos términos, tiene un sentido utilitario: a cada uno le sirve de una manera distinta. A uno le servirá para aliviar el alma, a otro para cambiar el ánimo del día con una sonrisa, para vivir un buen momento. Porque, con el humor gráfico, no solo se busca mover a la risa, sino también llegar al corazón de la gente.

¿Escribís poemas que no estén acompañados de dibujos?

Caloi y Tute. Foto solapa “Diario de un hijo”

Tuve una etapa de mucha poesía, entre los 18 y los veintipocos. Escribía con mucha pasión todos los días y edité algunos libritos de poemas. Lo que encontré interesante de esos trabajos, años después, lo convertí en páginas dibujadas o en versos de canciones.

Por ejemplo, en “Diario del hijo” leemos: “Quien pudiera tomar papel en blanco, escribir el destino y suicidarse en dos palabras”.

Exacto, eso es de un poema de aquella época.

 

LA CUERDA BIFRONTE

           “(…) que, si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio; tal vez porque mi cabeza venía llena de ruidos y de voces. De voces, sí. Y aquí, donde el aire era escaso, se oían mejor. Se quedaban dentro de uno, pesadas. Me acordé de lo que me había dicho mi madre. ‘Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz.’”
          “Pedro Páramo”, Juan Rulfo

Otro tema que recurre mucho en tus trabajos es el tiempo. Nos gustó mucho una frase tuya, “el tiempo no sabe de burocracias”. En ese sentido, ¿cómo te llevás con la urgencia?

Sobre eso escribí una canción para dos voces, una joven y una mayor: Matías Padilla y Víctor Heredia. Se trata de la relación de un dibujante con el tiempo. Le propone dibujarlo. Dice en un verso, “Un retrato le prometo cada día y en secreto / lo que busco, me sincero, es detenerlo”. “Yo dibujo para detener el tiempo”, dice. Por supuesto, el dibujante se hace viejo, pero también es cierto que dibujar, hacer lo que desea, lo aleja de la muerte. Eso es justicia poética.

Hablaste del movimiento. Eso nos recuerda esta frase: “tuve un momento perfecto, quieto”. Entonces, ¿el movimiento es imperfección?

Sí, es un momento ideal. El congelamiento de un instante. Pero la vida es movimiento. Y el movimiento es ir hacia la muerte, indefectiblemente. Unos se llevan mejor que otros con la idea de la muerte, del final, de lo que viene luego. Lo indiscutible es que la línea que nace en un punto va hacia un final, no somos eternos en términos terrenales y físicos.

¿Sería soportable si lo fuéramos?

La filosofía se encargó rápidamente de explicarnos que todo es en tanto y en cuanto exista su contracara. No hay felicidad sin tristeza, por ejemplo. La existencia es trágica, la conciencia de la muerte es un drama. Nos vamos a morir todos. Bueno, en el medio, hay que intentar ser felices, estar vivos.

Lo dramático es la tensión entre dos fuerzas. La muerte es un momento terrible y también puede ser un gran empujón.

Coincido. Para los que quedan, más allá del duelo, puede serlo. Y responder a la muerte con vida.

 

EN EL RUEDO DEL TIEMPO

                   “Tu mirada se abre paso a través de la niebla: /el tiempo aplazado hasta nuevo aviso /se anuncia ya en el horizonte.”
                    “El tiempo aplazado”, Ingeborg Bachmann

Hay una tira tuya en la que un policía le pregunta a una anciana qué le arrebataron y ella contesta: el tiempo…

Yo me siento esa viejita, soy yo el preocupado por lo que me ha robado el tiempo. Lidio con el paso del tiempo, lo que se lleva y lo que deja. Son temas no resueltos, que trabajo. Es un problema cotidiano que aparece en mis dibujos bajo diferentes formas, como todas mis preocupaciones. A mí, en lo personal, de lo que me quitaron la muerte y el tiempo, me salva el deseo.

En una entrevista en la TV española, vos dijiste que desde hace mucho eras un viejo. Una manera también de jugar con el tiempo.

Es cierto, soy viejo desde muy chiquito. (risas)

Quedémonos con el niño y vamos a la infancia. En “Diario de un hijo”, una de los sitios de encuentro con tu padre es en esas huellas inversas, donde vos heredás tu infancia en el trazo de tu padre. Por ejemplo, vos estabas enamorado de una compañerita y él tomó esa historia y la incorporó a una tira. Te hizo partícipe y dejó en su obra un pedazo de tu niñez. ¿Cómo sigue esa conversación con los dibujos y textos de tu papá?

Es lindo saber que uno está ahí, dibujado por él. Pero más lindo es saber que puso su atención en esos instantes y quiso rescatar ese tiempo mío.

Tute y Caloi

Hoy que soy dibujante, sé que funciona así, yo también hago eso con momentos de mis hijas. Porque, como decía antes, la risa como único objetivo al hacer humor no me interesa. Lo que hago tiene que ver con mi vida, allí aparecen mis hijas y mis preocupaciones a medida que crecen. Mis dibujos son un reflejo de mis intereses, tanto en lo personal como en relación a mi mirada social.

 

DESPAREJOS

             “No sé cuál es el puente /que nos une /y nos separa. /Yo no sé qué pasó, /la vida no es un lugar /seguro. /No hay ceremonias, /los amantes unidos /por un hilo de plata. /Sueño con calles /en las que estás caminando /mientras sueño, /al despertar es tarde. /Yo no sé qué hacer, /el amor es animal.”
            “La noche de Tanabata”, Susana Villalba

Hay mucha referencia al tema de la pareja en tu obra, pero da la sensación de que ese no es el punto. La pareja parece ser un recurso o excusa para exponer alguna otra cosa más amplia que la pareja en sí.

Exactamente, me alegra que lo digas. No es la pareja el punto, sino que, a través de ella, trato de observar las conductas, la relación con el tiempo, el deseo, el inconsciente, el poder. Los vínculos son una tensión de poder.

“Hace mil años que estamos juntos, no tengo tiempo ni de dejarte”, leemos en una tira. Y en varios momentos encontramos la referencia a la disyuntiva entre durar y perseverar en una cierta intensidad. En general, más allá de la pareja, el intento por resolver lo roto recurre bastante en tus trabajos…

Ahí aparecen los miedos, los mandatos, el patriarcado… Sí, en el medio está el amor, como búsqueda, como construcción. En relación a esto que venimos conversando, me contaban que, en una reunión de amigas, donde se hablaba de quilombos de pareja, una dijo “Llamemos a Tute para que nos explique”. ¡Y yo siento que cada vez entiendo menos sobre el amor y por eso me dedico a dibujarlo! (risas)

De algunas tiras surge la pregunta acerca de la relación entre amor y bienestar. En otras, se ve cómo se erosiona la intensidad quemante del comienzo de los vínculos. En la entrevista a Sandra Russo nos invitaba a pensar en un modo de intensidad que no se vincule con el fuego, ni con tomarnos el cerebro en masa. ¿Qué opinas?

Creo que hay que dividir el enamoramiento del amor. El enamoramiento es eso quemante, insalubre, infrecuente y necesariamente breve. Luego debe transformarse en otra cosa o terminar. Hecha esta división, el amor de pareja es algo deseable, pero muy complejo. Y, junto con el deseo, son el combustible de la vida. Respecto del enamoramiento, hay un texto maravilloso y melancólico de Leopoldo Marechal, en su novela, “Adán BuenosAyres”. Allí los personajes están en el vivero ‘Las Flores’, donde el enamoramiento se ubica en el punto más alto de la cosmología universal. Y Adán plantea que, de ahí en adelante, solo queda caer. Es perfecto, es la montaña rusa en el punto más alto y la angustia de saber que nada será mejor que ese instante. 

“Aquella tarde vio cómo se inclinaba ella en la penumbra del invernáculo: había rosas blancas, y estaban como ebrios con el olor de las rosas, y ella también era una rosa blanca, una rosa de terciopelo mojado; y su voz debía de tener algún parentesco íntimo con el agua, pues era húmeda y de clarísimas resonancias, como la del aljibe, allá en Maipú, cuando la piedra caía y levantaba músicas recónditas. Estando solos él y ella en el vivero de las flores, aquel recinto los aproximaba como nunca; y ésa fue su gran oportunidad y su riesgo inevitable, porque Adán, junto a ella, sintió de pronto el nacimiento de una congoja que ya no lo abandonaría, como si en aquel instante de su mayor acercamiento se abriese ya entre ambos una distancia irremediable, a la manera de dos astros que al tocar el grado último de su cercanía tocan ya el primero de su separación. En aquella luz de gruta que, lejos de roerlas, conseguía exaltar las formas hasta el prodigio, la de Solveig Amundsen había cobrado para él un relieve doloroso y una plenitud cuya visión lo hacía temblar de angustia, como si tanta gracia sostenida por tan débil soporte le revelase de pronto el riesgo de su fragilidad. Y otra vez habían empezado a redoblar en su alma los admonitorios tambores de la noche, y ante sus ojos alucinados vio cómo Solveig se marchitaba y caía, entre las rosas blancas, mortales como ella.”

“Adán Buenosyares”, Leopoldo Marechal

 

 

EL FARO DEL DESEO

                 Lo importante con los pájaros, además de mirarlos, es dejarse mirar. Cuando usted ha conseguido estarse quieto, ellos vienen solos. Y no es por las semillas que uno les pueda dar; eso viene después, como un acto de amistad. Ellos se acercan porque usted mismo se ha convertido en puerta, que además de entrar sirve para salir.”
                “El vuelo del tigre”, Daniel Moyano

En tus dibujos el deseo muestra su forma alquímica, o trasmutante. Por un lado, todos quieren ser lo que no son. Por el otro, aparece el deseo queriéndote llevar de la nariz hacia otra cosa, para bien o para mal. Hay una insatisfacción que sobrevuela todo, donde muchas veces opera la comparación, el vicio -tal vez inevitable-, de la comparación…

Así como el amor, el deseo va tomando distintas formas. Si uno está saludable y deseante, la transformación del deseo es necesaria para no vivir de la nostalgia del gol de Diego a los ingleses.

Entrevistamos a Pompeyo Audivert, quien actualmente pone “Habitación Macbeth”, donde el cuerpo de un solo actor muta en muchos personajes. Acerca de esto, él nos decía que el teatro que le interesa está en las antípodas de la representación, busca romper la representación y mostrar cómo, detrás de la aparente identidad unívoca, aparecen una multiplicidad de fuerzas…

Es cierto, nos habitan muchedumbres, decía alguien. Y también pulsiones positivas y negativas. Somos seres paradojales. Podemos desear algo e ir en la dirección contraria. Nuestro deseo puede ser negativo. La pelea, además de con el afuera, es con el adentro, con nosotros mismos.

Pero el deseo, cuando es positivo, es una inclinación hacia el futuro, nos empuja. Es una búsqueda, se transforma en camino. Por suerte, somos sujetos deseantes y ese es el combustible para combatir a la muerte. Desear es estar vivo.

¿Cómo funciona el deseo en tu trabajo? En alguna entrevista decías que tu oficio, en el comienzo, es un juego de imitación a los maestros. ¿Cómo muta el apego a los maestros con el tiempo?

A los maestros hay que venerarlos y también faltarles el respeto. Están para ser imitados, te enseñan el camino, pero después hay que adueñarse del rumbo y empezar a probar cosas, y lograr un estilo propio.

Caloi y Tute, España

En mi caso, me llevó tiempo encontrar una voz personal, se fue dando lentamente. Y se dio dibujando mucho y viviendo, no hay manera de hablar de alguna experiencia si uno no se encontró con ella. El camino fue preguntarme quién era, cuáles eran mis intereses y descubrir la forma de expresarlos.

¿Tu padre te resultó una sombra en algún momento?

Por suerte me asistió una total inconciencia, muy saludable, que me permitió emprender ese camino sin pensar en posibles dificultades. Deseaba mucho ser dibujante profesional, humorista gráfico. Y mi viejo era un faro que, en algún momento, podía encandilarme. Pero nunca una sombra. Fue muy generoso y humilde, me hizo fáciles las cosas. Con el tiempo, me despegué de él y pude forjar mi propio estilo. Y el estilo no es solo una forma de hacer, también es un forma de ser.

Tute con El Anartista, entrevista virtual. Fotografía, Ana Blayer

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