El apego: sobre Martina Chapanay.
Por Noemí Pomi
REAL O IMAGINARIA
“Fue Martina Chapanay la nobleza del lugar./
Cuyanita buena de cara morena,/
valiente y serena no te han de olvidar”.
“La Martina Chapanay” , cueca de Hilario Cuadros
Mucho es lo escrito sobre Martina Chapanay y tanto más, lo hablado de generación en generación, y de transformación en deformación. En las lagunas de Guanacache, en San Juan, cuando el lugar era un ruego entre viento y soledades, bajo un techo de totora y barro, nació Martina. En el archivo de la Iglesia de La Merced en San Juan, se encuentra la partida bautismal de una niña, donde consta su nacimiento, el día 15 de marzo de 1799, registrada como hija de Ambrosio Chapanay y Mercedes González. Por entonces, el lugar todavía no había sido convertido en arenal por la sobreexplotación de los ríos que, en esos tiempos, originaban los humedales y proveían a la ciudad de exquisito pescado. Así, rodeada de ese paisaje bravío, dominado por algarrobos, chañares, jarillas, juncos y totoras, Martina pareció incorporar cada uno de los elementos circundantes.
DICHOS Y ENTREDICHOS
El medio campestre influyó en la crianza de la pequeña. Sus juegos habituales no se correspondían con los de una niña de aquella época: montar a caballo, rastrear, cazar con honda o boleadoras, además de manejar el facón con destreza, maniatar y sacrificar animales, correr y nadar con gran agilidad y, sobre todo, orientarse en medio de valles y montañas, aun con el azote del zonda. Casi sin advertirlo, adquirió destrezas entonces limitadas a los hombres, responsables directos de instalar la imagen de Martina, como una mujer travestida de gaucho. En este punto debiera aclararse que no era excepcional que las mujeres albergaran estos saberes, aunque para ellas estuviera prohibidos exhibirlos en demasía.
Con pocos años, Martina quedó huérfana de madre. Para que continuase su educación, el padre la envió a San Juan. Allí, en la capital, Clara Sánchez la criaba con rigor. Martina se sintió maltratada. Por eso, ante las normas impuestas, la pequeña rebelde escapó, previo encerrar a toda la familia en la casa, mediante la traba de puertas y ventanas.
EN BUSCA DE SU DESTINO
“… de estatura mediana, ni gruesa ni delgada, fuerte, ágil, lozana, mostraba un raro atractivo en su mocedad. Parecía más alta de su talla. Su naturaleza, fuerte y erguida, lucía un cuello modelado. Caminaba con pasos cortos, airosa y segura. Sus facciones, aunque no eran perfectas, mostraban rasgos sobresalientes. Su rostro delgado, de tez oscura delicada, boca amplia, de labios gruesos y grandes, nariz mediana, recta, pómulos visibles, ojos relativamente grandes (…) y cabello negro lacio, atusado a la altura de los hombros…”.
“Martina Chapanay, realidad y mito”, Marcos Estrada |
Ahí, la mitad de su sangre india le señaló el camino y decidió mudarse con los suyos. Pero pronto se iría también de allí para convertirse en bandolera. El desierto sanjuanino fue el escenario de sus hazañas como bandida rural, con la particularidad de que repartía lo robado entre los pobres. De este modo, la Martina pasó a ser la Robin Hood de los desposeídos, lo cual nos lleva otra vez al paréntesis de la leyenda.
JUGARSE AL GALOPE
«Esta extraordinaria mujer encarnaba un tipo especialísimo que merece ser recordado, no sólo por sus singularidades físicas, sino también porque se ha incorporado a las leyendas de la región andina (…) hay sin duda una gran nobleza de ese gaucho-hembra que se convierte en una especie de Quijote de las travesías cuyanas, primero por su honradez y luego por su afán de redimirse de culpas anteriores«.
“Pedro Echague” |
Así, al galope, su alazán era un rayo, que tanto atravesaba el pie de la cordillera, se perdía por los llanos o se convertía en selva salteña. Facón a la cintura, de un planazo podía oprimir una yarará o alejar a un cimarrón arisco, para después entregar en mano del general Güemes la correspondencia del Gran Capitán.
Cierto es que corrían épocas convulsionadas en nuestro territorio. Los caudillos provinciales luchaban contra una corriente unitaria muy fuerte, y la mítica figura de Facundo Quiroga -el “Tigre de los Llanos”- cobró una gran importancia. Martina había conocido a Quiroga durante la gesta sanmartiniana. Entonces, se unió al combate hasta la muerte del caudillo riojano, ocurrida en Barranca Yaco. Fue una luchadora incansable, federal hasta la médula. Tal es así que, cuando Ángel Vicente (Chacho) Peñaloza la convocó para luchar, se unió a sus huestes montoneras. Con él sufrió la derrota ante las tropas unitarias de Mitre. Asesinado el Chacho por las llamadas fuerzas de “la civilización”, ella juró vengarlo. Y, como a esa baqueana no se le escapaba ningún ladino, cuando ubicó al mayor Pablo Irrazábal, asesino de su admirado Chacho, lo retó a duelo. Apenas la mujer de los llanos sacó su facón y gritó que lo iba a matar de frente -y no a lo cobarde, como él había matado a Peñaloza-, el militar comenzó a convulsionar de terror, hasta que un médico decidió suspender el duelo. Y esta aventura la inmortalizó.
VUELTA A LAS ANDADAS
“Por diversión o por dinero, apostaba a montar potros indomables y se batía con los mejores cuchilleros. La policía no podía contra ella. Aparecía con frecuencia y protagonizaba duelos y diversiones, y en todos lados encontraba amigos y encubridores. Repartiendo el fruto de sus correrías, se aseguraba en cada rancho un aliado”.
“Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo social en la Argentina”, Hugo Chumbita |
Pero, cuando regresó a San Juan, en sus parajes no halló más que desolación. Su grupo campesino indígena había sido desestructurado. Unos huyeron y otros fueron arrastrados por las levas. Como en Pie de Palo la resistencia ya existía bajo la forma de acciones en banda y en el despoblado, Martina se incorporó a su accionar, transformándose en jefa de banda de salteadores. Por eso, una aureola mítica rodea la figura de Martina Chapanay. La leyenda reta al olvido y hasta transforma a Martina en la baqueana que conocía como nadie el valle del zonda y podía hacer predicciones, por las que se le atribuían poderes sobrenaturales.
Rever la historia de la Chapanay es toparse de frente con las desigualdades y relaciones de poder en torno al género, la raza y la clase social. Solo entonces podremos visibilizar a las Martinas que, apegadas a sus realidades, deseadas o forzadas, luchan por encontrar un camino de fuga.