El apego: sobre el mito de Ondina y “Undine”, la película de Christian Petzold
Por Viviana García Arribas
EL CÁNTARO Y LA FUENTE
“Para sentirse vivo / hay que pisar una desolación, / algo que ya no tiene nada / que decir.”
“Para sentirse vivo” (*)
Desde un principio, la mitología y la religión brindaron su mirada sobre hechos incompresibles o misteriosos. Y de los otros, también. Así, entre otras cosas, fundaron tabúes y normas de conducta e instalaron prejuicios y miradas sobre la vida y la manera de vivirla. Algunos son suficientemente conocidos. Pero hay otros, no tan famosos -al menos entre nosotros-, y es uno de ellos el que me convoca en este número de nuestra revista: la historia de Ondina.
Aparece por primera vez en una leyenda alsaciana: el día de su nacimiento, en una reunión que recuerda a la de la Bella durmiente, todas las hadas se reunieron para dotar a Ondina de muchas cualidades. Entre ellas, su abuela le dio una gran persistencia. Pero, a la larga, el amor metió la cola y, después de ser raptada por un joven noble, ella se enamoró a punto tal que se negó a visitar a su madre enferma. La abuela -que no escatimaba en castigos- la condenó a amar a ese hombre por siempre. Una penitencia complicada, si hablamos de eternidades. Y el muchacho, por supuesto, se aburrió y, para sacársela de encima, la acusó de haberle sido infiel. Por ese motivo, a pedido de su amado, caminó durante tres días con un gran jarrón a cuestas donde cargaría el agua del río Niddeck, para luego regalársela y así probar su inocencia. En eso estaba cuando, vencida por el esfuerzo y el agotamiento, cayó en la corriente. Su abuela -quien, al fin y al cabo, la quería- para rescatarla, la transformó en una ninfa protectora de las aguas. Dicen que, desde entonces, se ve el reflejo de su silueta ondear en el cauce durante las tormentas.
QUE LAS HAY, LAS HAY
“(…) nada mejor, para descansar de una ciudad y de sus hombres, que observar desde una orilla o desde un puente el movimiento del río que la atraviesa. Ese puro fluir nos recuerda que el mundo prosigue más allá de lo que conocemos.” “¿Hay río en Berlín?” (*)
Recién en el Siglo XVIII, las ninfas fueron mencionadas por primera vez en un texto relacionado a la iglesia católica, el “Gran Grimorio del Papa Gregorio”, donde se las nombra como seres protectores del agua. Los grimorios eran libros de conocimientos mágicos que circularon en Europa entre los Siglos XIII y XVIII y contenían datos astrológicos, listas de ángeles y demonios, instrucciones para aquelarres, invocación de seres sobrenaturales y diferentes fórmulas mágicas. Todo esto acompañado de oraciones para protegerse de las fuerzas malignas y conjuros varios. Mientras tanto, durante buena parte de ese tiempo, en todo el territorio europeo, se perseguía a las mujeres por brujería.
Lo cierto es que este escrito establecía cuatro tipos de habitantes de los elementos: los silfos en el aire, los gnomos en las profundidades de la tierra, las salamandras en el fuego y las ondinas en el agua.
HABÍA UNA VEZ…
“Cómo me odié despacio / por ese viaje / que no sabía llevar a cabo”.
“Un viaje a Pátzcuaro” (*)
Unos cuantos años antes que el grimorio, el alquimista suizo Paracelso había llegado a la misma clasificación en su tratado sobre los espíritus elementales, “Liber de nymphis, sylphis, pygmaeis et salamandribus et de caeteris spiritibus”. Allí describía a las ondinas (o ninfas) como bellísimas criaturas, inmersas en el mundo natural, de personalidad voluble y caprichosa. Su carácter podía ser maléfico y cambiante como las aguas y se sentían atraídas por los mortales.
Esta obra le sirvió de inspiración al escritor alemán Friedrich Heinrich Karl, Barón de La Motte-Fouqué quien, en 1811, publicó su novela “Undine”. Esta obra, fuerte representante del romanticismo, contaba la historia Ondina, una ninfa surgida de las aguas y adoptada por un matrimonio que había perdido a su única hija. El amor, -siempre sirve para complicar las cosas-, es condición ineludible para que este bello ser sobrenatural adquiera un alma inmortal. El amor se consuma e intercambia votos de fidelidad, que pronto son quebrantados por el príncipe consorte. Ante el engaño, Ondina vuelve a las aguas. Sin embargo, el príncipe -quien era bastante voluble, por cierto- le pide perdón desde la orilla. La ninfa acepta las disculpas, pero le advierte que, desde ese momento, será un peligro para él. Efectivamente, poco tiempo después, el enamorado muere ahogado en los brazos de Ondina.
RITOS DE PASAJE
“En otras palabras, no se puede escribir sin una dosis de inexperiencia, de desamparo y de niñez; sin una necesidad oculta de perdón”.
“Mi lucha con el alemán” (*)
“Lloré hasta matarlo”, son las palabras que La Motte-Fouqué pone en boca de Undine y que atrajeron particularmente a Christian Petzold como punto de partida para elaborar el guion de su última película. Pude verla en el marco del Festival de cine alemán 2021, mi vuelta a los cines desde el inicio de la pandemia. Había algo de ritual, de renacimiento, que ligaba mi presencia en el cine con el argumento del film. Para muchas culturas, el agua simboliza la vida: el bautismo cristiano purifica y, a la vez, da inicio a la vida espiritual; para los egipcios de la antigüedad estaba ligada a la reanimación; en Asia y África podemos encontrarla en forma de divinidad; en Grecia se le otorgaba un doble sentido de vida y muerte. Después de tanta pantalla solitaria, yo estaba otra vez en una sala a oscuras y respiraba junto a desconocidos -con el correspondiente barbijo colocado, por supuesto- en la recuperación de un ritual que me había conmovido desde siempre. Y allí inmersa, me dejé bañar por el agua de la pecera que estalla sobre la pareja, exploré el fondo del lago junto al protagonista y me sumergí, al final, para acompañar a la ondina en su destino.
HISTORIA DE DOS CIUDADES
“Caído el muro que, supongo, representaba en la conciencia de la gente un punto de referencia más claro que el río, Berlín se ha quedado a solas con un agua que no le proporciona orientación, ni tranquilidad, ni sabiduría”.
“¿Hay río en Berlín?” (*)
Además de la pareja central, esta película tiene como protagonista a la ciudad de Berlín. Undine es una historiadora que trabaja en el museo de urbanismo y organiza charlas sobre la evolución de los edificios de la capital. Christian Petzold le dedica largas secuencias a estos recorridos y no le ahorra al espectador datos y precisiones sobre el proceso que siguió a la caída del muro. Estas escenas están organizadas en torno a dos maquetas enormes, donde se reproduce la ciudad antes y después de la reunificación. Allí, en un color diferente, sobresalen los edificios construidos desde 1989. Una ciudad cortada en dos vuelve a ser una luego de más de cuarenta años. Pero este proceso no es indoloro, parece decirnos el director.
Esta dualidad aparece reproducida en el film en numerosos aspectos: son dos los hombres de los que se enamora Undine, provienen de dos condiciones sociales diferentes, rico y obrero -como eran rica y pobre las dos fracciones de Berlín en el momento de la caída del muro-. Al primero se lo ve siempre con los pies sobre la tierra. El otro es buzo, por lo que aparece dentro del agua en varias oportunidades. Desde el punto de vista espacial la dualidad se expresa en la casa grande y ultra moderna del hombre pudiente y el departamento, mínimo y alquilado, de la mujer. Del mismo modo, es posible pensar en la ninfa del agua que sube a tierra y en el humano que baja a las profundidades del agua en su condición de buzo. Así, la unión de Undine y Christoph, el buzo que ha llegado para salvarla, dialoga en forma sutil, pero indudable, con la historia de Alemania.
Este diálogo cobra su total sentido en una de las escenas más bellas de la película: la pareja está en el balcón del departamento de Undine, envuelta en el acolchado de la cama donde acaba de tener sexo, y conversa sobre la reconstrucción del Foro Humboldt. El edificio en cuestión fue la sede del gobierno imperial, luego destruido por efecto la guerra. Durante años, el gobierno de la Alemania Democrática no tuvo interés en esa obra, más aun, hubiera sido una empresa contradictoria con su propia ideología. Luego de la reunificación, se encararon los trabajos y se construyó una falsa fachada para albergar un museo, copia de la del palacio del Siglo XVIII. “La teoría arquitectónica moderna enseña que el diseño de un edificio se puede encauzar hacia la mejor realización posible de acuerdo al uso previsto: la forma depende de la función. En el centro de Berlín se encuentra ahora un museo construido en el Siglo XXI con la forma de un palacio de gobierno del Siglo XVIII. La parte engañosa de esa hipótesis es que al no haber diferencias reales todo parece indicar que el progreso es imposible”, son las palabras de Undine en esta escena: la nueva Alemania retorna sobre el fantasma del pasado.
NAVEGAR EL CAUCE
“Un río tiende a contener la ciudad que atraviesa y a frenar sus ambiciones, recordándole su rostro (…)”
“¿Hay río en Berlín?” (*)
La película se inicia con una ruptura: Johannes le dice a Undine que la relación entre ellos ha terminado. Ella lo mira sin comprender y le responde “juraste que me amarías para siempre, vas a tener que morir si dejás de hacerlo”, mientras una lágrima cae. Y ese surco que se abre desencadena un vendaval. Pero el agua, en su avance, orada, penetra, abre caminos. Se desliza por meandros insospechados y dibuja nuevos rumbos. Un rato después, Undine vuelve al lugar en busca de Johannes y, en ese sitio, se produce el primer encuentro con Christoph, el buzo que llega a salvarla del desborde de su propia pena.
La condición acuática impregna todo el film: desde el color predominantemente azul hasta los movimientos de cámara. Basta una larga secuencia que sigue a la pareja para verlo: ambos caminan abrazados sobre un puente que cruza el río Spree. Avanzan en curvas y contracurvas hasta que se cruzan con otra pareja, la de Johannes con su nueva compañera. No es casual que esto ocurra justo en la mitad del film, como quien queda varado en las aguas de un río por una corriente invisible. Se cruzan los cuerpos y, sobre todo, las miradas. En este punto, todo cambia. Del mismo modo que cuando hablamos de la ciudad de Berlín, en este caso también el pasado se filtra en el presente.
A partir de este momento, el agua, que ya era un elemento fundamental en la estética, en la trama y en la poética de la película, pasa a ser un elemento determinante. La película vira hacia un sesgo fantástico que ha permanecido latente desde un principio y Undine se transforma, finalmente, en la ninfa protagonista de esta historia, donde el amor, sin dudas, salva. Hay un sacrificio y ese sacrificio da vida.
ENCONTRAR EL CAMINO
“Tal vez sólo una ciudad que durante casi treinta años estuvo mortificada por un muro que inmovilizó su rostro en una sola expresión, o sea en una mueca, podía, una vez abolida esa mueca, lanzarse a la búsqueda de varios rostros, negándose a tener sólo uno.”
“¿Hay río en Berlín?” (*)
El apego es el lazo afectivo fundamental para el desarrollo de las personas. Es indispensable en la relación madre e hijo y, por su intensidad, hace que el bebé se angustie cuando la mamá desaparece de su campo visual. Esta relación es fuente, en forma alternada, de desdicha y felicidad para el niño o la niña. Con el tiempo y la madurez, ese mismo apego lo fortalece hasta permitirle individuarse y separarse de la figura materna.
En el mito, Ondina debe unirse para siempre con un hombre para adquirir su alma inmortal. En la película, en cambio, la mirada del director alemán devuelve a la ninfa a su elemento y el profundo amor que siente por Christoph le permite el sacrificio y la partida hacia su mundo acuático. Ha recorrido el camino inverso.
Las pérdidas sufridas durante los meses de pandemia a veces nos fuerzan a apegarnos a relaciones personales -e incluso a objetos- y esto dificulta el avance de nuestras vidas. Tal vez haya llegado el momento de dejar la protección de nuestros hogares, y sentirnos renovados y fortalecidos para enfrentar un futuro que, aunque incierto, perfila algo mejor que hace apenas un año.
(*) Todos los fragmentos pertenecen al libro “Berlín también existe”, de Fabio Morábito.