La potencia: sobre la comunidad de Amaicha del Valle.

Por Noemí Pomi

LOS CERROS ALTOS  

“Caminito del indio/Sendero colla/Sembrao de piedras/Caminito del indio/Que junta el valle con las estrellas”.
Atahualpa Yupanqui

Amo recorrer nuestro país. En las oportunidades en que la proa rumbeaba al norte de Argentina, la mayor cantidad de tiempo lo absorbían Jujuy y Salta, en tanto que el recorrido tucumano quedaba postergado. No puedo determinar qué me atraía particularmente de esas dos provincias. Muchas veces, sentada en una plaza, sobre el banco de alguna iglesia o al borde de un arroyo, algo extraño sucedía, como en un flashback. Quizás mi admiración por “Los Infernales” de Martín Miguel de Güemes (1) me trasladaba a los salones salteños, a las tertulias con Macacha Güemes (2), y a su círculo de damas patriotas, donde se discutían las estrategias de apoyo a la causa. Si los realistas hubiesen logrado derrotar a nuestro ejército, se hubiera perdido todo el norte. En tanto, en Jujuy, el estado de ensoñación no me permitía determinar si la luminosidad obedecía a los fuegos del éxodo, provocado por el Ejército del Norte y comandado por el Gral. Belgrano para diezmar a los realistas, o por esa bóveda celeste sin una nube, donde el sol iluminaba los colores de los cerros a pleno.

Palabra y memoria, Eduardo Esparza, 2015

Pero cierta vez decidí huir de aquel embrujo y dedicar todo mi tiempo a recorrer Tucumán y sus valles calchaquíes. El itinerario se inició bien al norte, en el límite con Salta. Esa sí era la oportunidad de desandar los caminos transitados por los habitantes originarios y, en el descenso, agotar todo el tiempo del viaje. Por otra parte, mi atención estaba puesta en ver si la presencia del pasado que yo hallaba en Salta y Jujuy se daba también en otros escenarios.

        

NIDO DE CÓNDORES

“Cantando en el cerro/Llorando en el río/Se agranda en la noche/La pena del indio”.
Atahualpa Yupanqui

En el descenso por los valles calchaquíes, pude apreciar pequeñas poblaciones, todas pintorescas, abiertas a ofrecer sus empanadas, regadas con un buen vino patero. La llegada a la Ciudad Sagrada de los Quilmes, escondida entre cordones montañosos, resultó conmovedora. Otra vuelta de tuerca y esta vez mi imaginación estaba junto a los integrantes de esos pueblos. Ellos llevaban establecidos en la zona alrededor de siete milenios, como agricultores y recolectores. Su presencia en ese territorio fue, probablemente, anterior a la cultura Tafí. No obstante, los invasores no respetaron el tiempo de arraigo de los lugareños ni tampoco evaluaron el conocimiento del terreno de los originarios, lo que dio a los quilmeños la posibilidad de observar con ojos condoriles los movimientos de los conquistadores, desde rincones impensados. Sin lugar a ninguna duda, los 130 años de resistencia de los quilmes fueron el hueso más duro de roer para quienes, llenos de odio y en movimiento de pinzas, envenenaron las aguas y quemaron los campos. Recién entonces, los quilmes depusieron las armas.

“La marcha de la humanidad”, Siqueiros David Alfaro, 1966

 

ESPINAS SONORAS 

“Caminito que anduvo/De sur a norte/Mi raza vieja/Antes que en la montaña/La pachamama se ensombreciera”.
Atahualpa Yupanqui

Al continuar el descenso, una impactante pared de cardones dio su presente. Ellos se yerguen, inmóviles, desde la cuesta de Ampimpa hasta Amaicha del Valle. Entonces, otra vez el eco del reloj en mi memoria, y el convencimiento de estar frente a la sangre quilmeña derramada, en este caso, convertida en plantas. El viento en las espinas semejaba los sonidos propios del lugar, aquellos con que los originarios se comunicaban y con los que advertían a sus hermanos sobre la presencia de los invasores. ¿Acaso el suelo, abonado con los cuerpos de los lugareños, se había convertido en cerco anillado en custodia de los cerros y de la vida de los habitantes? Posiblemente, eso intuí al ver que esa poderosa barrera vegetal también desenvaina una imponente flor blanca, cuyo espejo podría asemejarse a la palidez de la muerte.

 

TIERRA QUE PIDE VINO

“El sol y la luna/Y este canto mío/Besaron tus piedras/Camino del indio”.
Atahualpa Yupanqui

Tomo donde se encuentra archivada la Cédula real de 1716

Con gran cantidad de interrogantes y el temor a que el tiempo resultara insuficiente para realizar el viaje proyectado, el auto rumbeó al sur y, allí, a dos mil metros de altura, encontramos la comunidad de Amaicha del Valle. Entonces, dejamos el vehículo perdido en un apéndice de asfalto, entre inmensas montañas, cardones y una luminosidad que enceguecía. Los amaichenses resultaron abiertos al diálogo. Así tuve la oportunidad de entablar conversación con ellos, en relación al significado de su nombre. De un lado, los que piensan que Amaicha se vincula con la palabra aymacha que, en lengua aymara, se traduce como “cuesta abajo”. Aunque, según el testimonio de los ancianos, el nombre responde a “reunión tranquila, lugar donde asiste gente”. Esta comunidad rural nunca interrumpió su gobierno indígena. Los amaichenses no adhirieron a la resistencia armada frente al invasor. Y, como reconocimiento a su actitud, los españoles les permitieron permanecer en sus territorios, mediante Cédula Real de 1716. Desde entonces, nunca interrumpieron sus instituciones ancestrales, como el Cacicazgo y el Consejo de Ancianos.

El documento en la imagen precedente es un testimonio entregado a los indios de Amaicha del Valle y depositado en el Archivo Histórico de Tucumán. No obstante encontrarse en mal estado, la Cédula Real de 1716 sirvió como elemento a favor de los amaichas, en un centenario litigio entre los lugareños y un terrateniente salteño, llamado Aramburu.

 

PACHAMAMA

“La tierra/La tierra es el comienzo de la alegría y el llanto;/en ella vive la placenta roja/convertida en piedra negra,/en ella están los rituales de seres subterráneos/que amarran nuestra sangre/con las lianas del tiempo./En esa tierra/está la pluma del tucán/que guarda el colorido de la vida,/está el agua libre e inquieta,/el aroma y el sabor de todas las hierbas/que nos llevan al cielo y al infierno,/estamos tú y yo/con la fuerza de los sueños./A esa tierra negra o amarilla/irán estos huesos/cuando la boca del tiempo los haya chupado;/volveremos entonces a esa placenta,/a esa pluma, al agua que toca los cuerpos;/iremos a cantar entre los hilos verdes de esas hierbas/para alimentar todos los sueños de los hombres./Volveremos a ser diente de tigre,/poema de la noche, tambor de yegua,/sonido de flauta a altas horas de la noche/en lo profundo de la gran montaña.”
Fredy Chikangana – Poeta indígena, colombiano

El derecho indígena, reconocido en los fueros provinciales, nacionales e internacionales, se sustenta en un concepto indivisible de tierra y territorio. Es decir, es un modelo de convivencia organizada y establece que la tierra pertenece a todos, para trabajarla y para homenajearla. Es así, ya que la Pachamama, con carácter de sujeto vivo, les ha permitido a sus habitantes obtener frutos de sus entrañas. Por este lazo indisoluble, ellos se consideran hijos y parte del territorio. Además, los amaichas poseen un conjunto de normas contenidas en una Constitución Política Indígena llamada “El buen vivir de los amaichas, un camino hacia el equilibrio con la Pachamama.”

Museo de la Pachamama, obra del artista Héctor Cruz

 

CERRAR EL CÍRCULO

“Trabajando en grupo y unidos se pueden lograr muchas cosas. Queríamos un proyecto que fuera de la comunidad y que pudiera ser manejado por nosotros. Desde Nación, nos sugerían que armáramos un hotel o un museo. Nosotros decidimos apostar a la bodega”.
Gabriela Balderram – Integrante de la bodega “Los Amaichas”

Un programa de Economías Regionales de la Nación les permitió aunar sus saberes y producciones. En el año 2015, mediante el crédito otorgado, los amaichenses optaron por el vino. Su elección no fue casual, por sus características climáticas, todo el valle calchaquí es tierra vitivinícola. Así nació la bodega comunitaria “Los Amaichas”, única en nuestro país, administrada por una comunidad indígena. El establecimiento, con capacidad para producir 50 mil litros de vino, está en tierras comunitarias y tiene la forma circular, característica de las construcciones ancestrales. El edificio realizado en piedra ayuda a lograr una temperatura óptima para estacionar el vino. Por lo tanto, ¡al diablo la refrigeración! Demás está decir: para aprobar el diseño y seleccionar los materiales empleados, fue necesario el acuerdo del cacique y del consejo de ancianos. Si bien la bodega todavía está lejos de alcanzar el total de su capacidad productiva, los recursos obtenidos oficiaron de dínamo en ese impulso inicial de revoluciones entre tierra y voluntades. Por lo tanto, el éxito está cercano.

Bodega circular construida por la comunidad amaicha en la ruta 307

 

TODOS PARA UNO

“En la naturaleza, no hay castigos ni premios, solo consecuencias”
Proverbio Chino

En la organización social de los amaichenses aún se incluyen la “minga”, el “trueque”, el “torna y vuelta” y el “al partir”, formas de trabajo comunitario vigentes ya que, por los dichos recogidos en la comunidad, ellos no quieren que los gane el individualismo. En base a sus normas de “El Buen Vivir”, apuntan a la solidaridad, al goce de participar en obras de usufructo comunitario y al equilibrio en el uso de los recursos naturales. Actualmente, tienen dos líneas de vino: ’Sumak Kawsay’- “buen vivir” - criollo y malbec.

 

PRIMEREAR LA VIDA

“Tal vez la naturaleza no nos arrancó del seno de la tierra, sino para darnos el placer enorme de volver a ella”.
José María Vila

Pocos placeres se pueden equiparar a saborear las empanadas tucumanas en los patios amaichenses: vienen con un toque de limón y regadas con un vino patero o malbec, según la preferencia del comensal.

Así, viajar por los Valles calchaquíes tucumanos reconforta en muchos aspectos. Uno, fundamental, es advertir que, en la concepción de sus habitantes, aún existe indivisibilidad entre hombre y territorio. Tan cierto es que vivieron aferrados a su tierra desde siempre y lograron permanecer unidos a su Pachamana, a pesar del dominio español. Y, cuando los invasores fueron expulsados, el título otorgado por Cédula Real coronó el arraigo. En este caso, la potencia consistió en la inteligencia de elegir bien una estrategia. Retener el territorio, las costumbres, impregnar de ellos mismos la comida y la bebida. Buenos evaluadores, vieron que militarmente hubieran sucumbido. El sacrificio de las vidas hubiese significado la impotentización total. Perseverar es siempre en la vida. La potencia de la muerte es cuestión del más allá.

 

(1) Ejército que, bajo la denominación de “División Infernal de Gauchos de Línea”, fuera creado por disposición del Gral. Martín Miguel de Güemes, en su carácter de Gobernador de la Provincia de Salta.

(2) Fibra de miel y azucena

 

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