María Freire

El apego: sobre breves historias en el azar cibernético

Por Lourdes Landeira

ENTRAMADA

Ahora a la mañana pienso una cosa, a la tarde, otra. Mis decisiones no duran más allá de una hora y están exentas del sentimiento de ebriedad que las solía acompañar antes; ahora decido por necesidad, cuando no tengo más remedio. Por eso otorgo escaso valor a mis pensamientos y decisiones.”

“Guiando la hiedra”, Hebe Uhart

Mi lista de contactos de whatsapp creció rápidamente en periodo de pandemia/cuarentena por la proliferación de servicios y de grupos en los que simular desencuentros. Muchos de esos contactos quedan grabados con un nombre que difícilmente pueda asociar con una persona. Pueden pertenecer a quien un día me entregó una pizza y, en lugar de tocar el timbre, me avisó por mensaje que estaba en la puerta, cuando en verdad se encontraba a una cuadra y así eludía la espera. O a quien una vez le compré un bolsón de verduras agroecológicas con las que después no supe muy bien qué hacer (estoy aprendiendo, ya puedo usar casi todo). Hay también gente a la que desconozco y me ofrece consumo de cursos, productos y servicios en los que en general no estoy interesada.

Anna Wagner
Anna Wagner

También hay familia y amigues de todas las épocas con quienes desacreditamos las distancias en cadena.

En la multiplicación de esos contactos, sin razón aparente, me apropio de alguna idea, una sensación, un dato y, sin saber bien de dónde vino, entrelazo su rastro a mis memorias. Me apego a ese vínculo entre recuerdos que vuelvo a construir. Ahí encuentro mi verdadero apego: reescribir mi trama cada vez con distintas combinaciones de ingredientes.

Hoy les quiero contar dos historias de esas que leí y que, sin querer, resaltaron en la pantalla de mi celular.

 

LA ALDEA

“Entre la casa y el mundo/ninguna puerta cabía:/¿qué cerradura encierra/los dos lados del infinito?”

«Las calles», Mia Couto

Se trataba de una fotógrafa francesa, Carine Ouvry Bormans, quien había hecho una serie de 429 obras acerca de las mujeres que pintan las paredes de sus casas en la aldea de Siby, un municipio de Mali cerca de Bamako.  La bajada de la nota contaba que estas mujeres usan pinturas que serán escurridas por la lluvia. Hice click para leer más y lo que seguía estaba escrito en francés, idioma que no leo. De cualquier modo, el texto dejó de importarme. Las imágenes de esas mujeres que entregan su arte a los ciclos de las precipitaciones concentraban todo lo necesario. También, la urgencia de la fotógrafa por hacerlo indeleble.

A medida que pasaban los días, lejos de borrarse, la historia se fortalecía para mí y quise saber más. Antes de ir a indagar al gran buscador, pasé por mi muro de Facebook y ahí, en un idioma más cercano -el portugués- vi una publicación tiulada: “La aldea africana donde cada casa es una obra de arte”.  Se trataba de Tiébélé, una aldea del sur de África occidental, conocida por su arquitectura y por la decoración de las paredes de las casas. Entre la información que la nota daba para contextualizar, lo describía como -posiblemente- uno de los lugares más pobres del mundo y agregaba que sus habitantes eran muy celosos de las visitas de gente foránea.  Las pinturas en sus paredes cuentan desde las tradiciones más ancestrales hasta lo más cotidiano. Las encargadas de plasmar el legado cultural, también en este caso, son las mujeres, que llevan adelante tal cometido de manera comunitaria. Las formas arquitectónicas están basadas en la idea de la defensa. Los muros suelen ser gruesos y las construcciones tienen no más de una o dos pequeñas ventanas que permiten un prudente paso del sol. La pintura con la que se decora está hecha de barro y tizas de colores. La obra se termina con piedras y grabados que resaltan los diseños y los hacen únicos. La fotógrafa, en este caso, es Rita Willaert.

Me intrigó saber cuánto duraban esas pinturas, cómo reaccionaban esos materiales a las lluvias. Nada decía la nota sobre eso y pronto dejó de ser importante para mí. Lo efímero y lo intemporal se apegan y desapegan en simultáneo en el continente africano. También así, se pintan en el mío.

 

LA SELVA

“Hacer del mundo este trastocamiento perpetuo de la inherencia de todo en todo significa hacer del espacio no el nombre de la exterioridad generalizada sino de la interioridad universal, tener en sí todo lo que nos concierne”

«La vida de las plantas», Emmanuel Coccia

 

Uyra Sodoma - Foto Selma Carvalho - 2018 - Ensaio do que vive!!!
Uyra Sodoma – Foto Selma Carvalho – 2018 – Ensaio do que vive!!!

Otro enlace, de otro contacto, me llevó a conocer a Uýra Sodoma, artista visual indígena, biólogo y educador de 30 años. Uýra vive en Brasil, en una ciudad industrial en la Amazonia Central y se presenta como «el árbol que camina». En y desde el bosque, apunta al movimiento para poner a andar los cuerpos inmovilizados por el estigma cultural de lo disidente. Lejos de ataduras binarias, su apego es a lo múltiple, a la trasmutación que entiende como el abandono temporal de cualquier estructura para cambiarla a otra. A dejar un cuerpo y vivir otro. Una y muchas veces.

Como las casas en las aldeas africanas, en la amazonia brasilera, el cuerpo es el lienzo que se pinta y se vuelve a pintar para preservar la vida.

“El arte es para mí un brazo más. A diferencia de la ciencia occidental basada en la razón como modo de ver y entender el mundo, creo que es urgente conocer el corazón de las personas. El arte relacionado a la biología y a la ancestralidad es el camino a esos corazones”, declara Emerson Munduruku, alter ego su drag queen Uýra Sodoma. ¿O es al revés?

 

Uýra Sodoma
Uýra Sodoma

Tangencialmente llegué a ver que la obra foto performática de Emerson/Uýra está en la Bienal de San Pablo, pero no continué esa línea de información. Mi piel fue traspasada por otra de sus afirmaciones: el encantamiento está vivo. Me apego a eso, lo uno a mi red.

 

REENCANTADA

“Tenemos que recordar que estamos viviendo bajo un hechizo, y este hechizo está destruyendo nuestros mundos. Es hora de lanzar otro hechizo, de llamar a otros mundos a la existencia, de conjurar otros mundos dentro de este mundo”

“Cómo cultivar mundos habitables”, Natasha Myers.

Ruth Asawa
Ruth Asawa

¿Qué posibilidad tendría el apego de hacer lo suyo si el desapego no lo tironeara de su mano recurrentemente? Esa tensión puede ser pensada como el juego en que dos grupos se toman de una soga y empujan para lados contrarios hasta que uno derriba al otro y se proclama ganador.

O puede ser imaginada como esas raíces de los bosques que, bajo tierra, en lugar de competir, cooperan y alimentan articuladas a la diversidad que emerge, cómplice de encantamientos re-entramados.

Hasta el próximo enlace.

 

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