Fotografía, Gisela Comabella.

El apego: sobre rincones de memoria en el barrio de Floresta.
Por Nicolás Sada

 

TE RECORRO 

“Se levanta orgulloso / para gloria de Floresta /
un equipo de campeones todo fibra y corazón…”
Carlos Alberto “el Negro” García López

Salí a comprar yerba, pan y algún que otro vívere faltante para remontar la mañana que se presentaba movida. El barrio a esa hora tempranera pulsa una cadencia particular y un dejo de sosiego. Ese día, atravesé una primavera que no terminaba de armarse, los pájaros silbaban las ausencias, despuntaban la mañana alborotados, y se mandaban a mudar.  Así, el día amaneció piantado entre varios nubarrones grises. La luz asomó sutil y pegó de refilón a la vuelta de la esquina.

No fui al mismo Chino de siempre. Rumbeé un camino diferente. Tampoco remonté Segurola para sentir el aire más saludable por las cercanías del “Islas Malvinas”. Le metí derecho por Aranguren hasta el fondo, donde termina y choca contra Corro. En el barrio es “Corro” a secas, pero para las arcaicas convenciones urbanísticas de la ciudad es “Canónigo Miguel Calixto del Corro”. Vaya diferencia de jerarquías y reconocimientos.

 

Fotografía, Gisela C.

 

HASTA LA VICTORIA

“Buscando un símbolo de paz”
Charly García

La calle “canonizada” por don Miguel fue escenario, justamente, de otro septiembre, pero del ’76, con su ataque siniestro a María Victoria “Vicki” Walsh y a sus compañeros militantes. “Vicki” cumplía ese mismo día 26 años.

Narran las crónicas que el operativo resultó descomunal, con un despliegue indigno. La casa fue sitiada y arrasada por las fuerzas de seguridad, mediante centenares de efectivos de la Policía federal, del Ejército y hasta un helicóptero. Toda la parafernalia al servicio del terror.

El combate desigual – siempre era desigual – duró más de una hora y los militantes resistieron con pelotas y mucho ovario.

Llegué sin quererlo a Corro 105. Me detuve en la esquina, donde un mínimo rayo de sol se filtraba, rebelde, entre los nubarrones. La luz sobrevive en el eco de las flores. Me quedé algo aturdido con la mirada clavada en la esquina, en su aire denso que iba, venía y me orillaba. Me sentí sin espacio, sitiado por ese ojo de la ciudad que abruma y colapsa. Por supuesto, intenté el registro en el baqueteado cuaderno mental de notas.

Ahora la fachada es diferente a entonces, las ventanas están bien cerradas en un cuadro como de blindaje, de un secreto puertas adentro y bajo persianas. Así y todo, retumba sigilosa la resistencia: la lucha, el compromiso de la militancia para reconstruir aquel mundo más justo.

Después de entonces, ni el mundo fue más justo ni tampoco el barrio. Por desgracia, el barrio tuvo la fatalidad de tener dos de los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio (CCDTyE) tristemente emblemáticos de la ciudad: “Automotores Orletti”, base operacional principal del Plan Cóndor en la Argentina, y el “Olimpo”, un viejo garaje que funcionó primero como estación de colectivos y luego pasó a manos de la policía federal.

 

 

ORACIÓN

“Las calles están vivas con el sonido del dolor”
Pintada anónima sobre una paredón 

En su libro, “Oración. Carta a Vicki y otras elegías políticas”,  publicado en 2018, con una voz lúcida, María Moreno realiza una minuciosa investigación de ‘La masacre de Corro’. El libro propone una nueva lectura fundada en las cartas que Rodolfo Walsh dedicó a su hija y a sus amigos. En esos textos, la gesta política de Walsh se transforma en literaria e intima:

“El combate duró más de una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde arriba. Nos llamó la atención la muchacha, porque cada vez que tiraba una ráfaga y nosotros nos zambullíamos, ella se reía”.

Leí más de una vez esta impactante declaración, leí más de una vez el resto del libro. Muchas veces más pasé, sin pensarlo ni detenerme, por delante de la casa de Corro 105. Como dice León Gieco, todo de algún modo queda guardado en la memoria.

 

UNA MUERTE HEROICA Y ROMÁNTICA

“El dolor, o el recuerdo del dolor, que en ese barrio era literalmente chupado por algo sin nombre y que se convertía, tras este proceso, en vacío. La conciencia de que esta ecuación era posible: dolor que finalmente deviene vacío. La conciencia de que esta ecuación era aplicable a todo o casi todo”.
«2666» Roberto Bolaño 

 

“Ustedes no nos matan; nosotros elegimos morir”: después de semejantes palabras y desde la terraza, Vicki y su compañero se pegaron un tiro en la sien. Abajo, en una de las habitaciones, había quedado una beba, la hija de Victoria.

Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir”: la frase  resuena por todos los rincones del barrio. Construye su peso. Pienso, ahora que estoy de frente a la fachada de la casa, porqué no cambiamos los nombres de las calles, por qué no comenzamos por este “canónigo” que atrasa años. Por qué no lo sustituimos por: “Ustedes no nos matan; nosotros elegimos morir”.

Sería una cosa así:

– ¿En qué calle vivís?

– En ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir al 100.

Seguramente, un barrio que perseverara en la memoria será un barrio un poquito más justo. Cuando las palabras se funden en un cuerpo común, atraviesan cualquier tipo de destino.

La esquina de la memoria.

 

ESTO ES BARRIO

 “A diez cuadras de Rivadavia comenzaba la pampa”; “todo el mundo se conocía; y la vida admitía cierto romanticismo; se creía en el amor, se era, menos egoístas, menos cínicos, menos implacables”, (…) “tenía un sabor más agreste, y más noble, más inocente”.
Roberto Arlt

¿Caminamos para escribir o escribimos para caminar? La deriva intra-barrio experimenta esa zona difusa, donde caminar y escribir se confunden en un mismo ensueño. Un ensueño físico. Como si la deriva fuese el mismo cuerpo  que escribe -que casi dibuja-, una experiencia. Una experiencia anterior al texto, a las representaciones y a la literatura. Una experiencia que tal vez nos permita ser otros.

¿Cuántas veces caminamos en búsqueda de ese otro, sometidos al desborde de largas horas del día?

A veces caminar es también pensar la vida distinta, que solo vuelve como un eco, que se pierde en la distancia. Pero, de pronto, arremete, entre pasado y presente, una pulsión, como extraviada de la cronología. Caen algunas gotas que anuncian el tiempo de después. Nos inunda el mismo abismo. La misma soledad impar.

Así, al borde de ese abismo, entretejo al barrio con una letra detrás de otra. Con una historia detrás de otra, entre pasajes, avenidas y olvidos. Fijo la mirada, pienso que el lenguaje también necesita un tiempo de recuperación. Pero el barrio, a su vez, cura heridas, lima nostalgias.

Fotografía, Gisela C.

El barrio es sus históricos teatros, sus simbólicos cines, sus reconocidos artistas, su estación de tren: su Floresta. Su pasión futbolística en blanco y negro. Sus misteriosos pasajes. El barrio es refugio. Tiene sus potreros, sus códigos, sus tonos, sus microclimas. Sus silencios. En la barriada, esos silencios conviven con las palabras a medias, con el rumor, con el chisme villano.

El barrio siempre está ahí, para recordarnos lo que fuimos. Lo que somos. De esa piel no te podés escapar: el ruido del día, los ojos extraviados de la noche. Todo confluye calle abajo, atravesado por el cauce  del Arroyo Maldonado. Todo es apego, vínculo real primario, íntimo, que funda huella, construye memoria y abre caminos al porvenir.

 

Estación de tren.

 

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