El encuentro: sobre “El Bonobo y los diez mandamientos, en busca de la ética entre los primates”, de Frans de Waal, Ed. Metatemas Tusquets, 2014. Título original: The bonobo and the atheist. In search of humanism among the primates.
Por Pablo Resnik
Frans de Waal, biólogo e investigador holandés, publicó “El bonobo y los diez mandamientos” en 2013. Ese trabajo, producto de su investigación como primatólogo, presentaba en sociedad a los bonobos, primates con un comportamiento social llamativo, por no decir fascinante. Si bien esta obra ha merecido numerosas citas y cierta notoriedad en círculos de investigación, los bonobos no han logrado ganar un espacio en el conocimiento/imaginario popular. Mover a la reflexión acerca de las razones subyacentes a esa indiferencia es uno de los motivos de esta nota. Este texto nace con la mención de Frans de Waal por parte dos entrevistados en el número anterior de El Anartista: el biólogo, Alberto Kornblihtt, y la periodista y escritora, Sandra Russo. Ambos, a su manera y desde sus respectivas áreas de trabajo e interés, reflexionan acerca del comportamiento social, se preocupan por los derechos humanos y militan sus valores.
EL GENOMA DE LA SERPIENTE
Tomé conocimiento del trabajo de investigación de Frans de Waal a través de una presentación de Kornblihtt en un congreso en Mar del Plata, en abril del 2013, poco después de la publicación de “El bonobo y los diez mandamientos”. Tal presentación se produjo en el marco de un simposio titulado “¿El genoma es programado por el epigenoma? Biología molecular, epigenética y modelos traslacionales”. En tal disertación, Kornblihtt introducía a los bonobos como ejemplo viviente, traslacionable a los humanos, de que la información genética celular no justifica ni explica, de manera ineludible, nuestro costado depredador.
Sucede que los bonobos -Pan Paniscus-, también llamados chimpancés pigmeos, son de carácter amable y demuestran una gran capacidad empática: defienden al más débil, asisten en sus necesidades a los compañeros discapacitados y cuentan con mediadores para resolver conflictos. Con frecuencia andan erguidos por las selvas húmedas del África central, donde habitan. Y, si te conocen y están en un buen día, hasta te saludan de lejos con una mano. Sus colonias, de política igualitaria y amigable con primates ajenos a la propia, son lideradas por hembras. Otro detalle que los vuelve muy especiales es su actividad sexual: no sólo tiene que ver con el deseo -que no siempre es hétero, sobre todo en las hembras- o con la cuestión reproductiva, sino que constituye además una gozosa y eficaz herramienta de reconciliación, después de alguna agarrada o berrinche.
La empatía en primates como antecedente de la moral humana, que por lo tanto ya no dependería de la imposición religiosa, constituye uno de los temas centrales en la investigación de Frans de Waal. Es posible que esta línea de pensamiento, en muchos y variados cotos de poder -o de caza, si el lector lo prefiere-, sacros o mundanos, resulte poco conveniente.
La disertación marplatense del prestigioso biólogo argentino culminaba, no por casualidad, con un comentario teñido de grave preocupación acerca de la posibilidad de que el modelo neoliberal triunfara en las elecciones presidenciales -cosa que finalmente sucedió, y también estamos al tanto de su resultado- cuyas campañas comenzaban a insinuarse por esos días. A pesar de su identidad científica, buena parte de la asistencia, tal vez más afín al chimpancé o al gorila que al bonobo, reaccionó con irritación al mencionado comentario de cierre. Yo me retiré de la sala sumido en la reflexión. Pensaba en la diversidad existente de animales peludos y en que todo conocimiento, y las resistencias que suscita, es político.
FIESTAS CLANDESTINAS
Al amparo y provecho de la hipótesis de que poseemos, las bestias humanas, un instinto primario y dañino, las religiones han impuesto sus leyes morales, como barrera imprescindible para contener tanta crueldad potencial. Franciscus Bernardus María de Waal, empeñado en rebatir dicha hipótesis, nos dice: «Según nos enseñan las diversas religiones, la moralidad se nos impone mediante preceptos divinos, impartidos a través de sus respectivos libros sagrados. Sin dichos preceptos, viviríamos bajo el imperio de nuestra propia ley de la selva. Sin religión, no habría moralidad ni esperanza».
Es decir, se pretende que si tendemos a convivir de manera razonable es porque las leyes de los credos nos obligan, amén de la justicia terrenal de Comodoro Py. Pero, claro, las naves religiosas -aunque tal vez no todas-, aun tan divinas, pierden estabilidad con sólo hacerse a las aguas. La explotación del más débil, la exclusión de minorías, la acumulación desmedida de bienes y, ya que estamos, la ausencia total de empatía de los poderosos, por mencionar unos pocos ítems, parecen quedar bajo seguro amparo, en cuanto al castigo divino de inmoralidades se refiere. La moralidad no puede resolver todo, ustedes comprenderán. Algunos permitidos hubo que introducir, en atención al instinto depredador incontenible de las modernas castas supremas.
“Es evidente que nuestro pensamiento moral no ha sido capaz de mantener el ritmo del rápido progreso de nuestra adquisición de conocimiento y poder”, cita de Waal al Dalai Lama. E insiste: ”¿Y si la moralidad se crea en la interacción cotidiana, y no en cuestiones abstractas? ¿Y si se fundamenta en las emociones, que suelen escapar a las definiciones científicas? (…) “El instinto primitivo, esa pre-programación genética, no condiciona maldad (…) Aprecio a los bonobos porque su contraste con los chimpancés enriquece nuestra visión de la evolución humana. Nos muestra que nuestro linaje no viene sólo marcado por la dominancia masculina y la xenofobia, sino también por el anhelo de armonía y la sensibilidad hacia los otros (…) Debatimos sobre la conciliación de la pena de muerte con el carácter sagrado de la vida. Debatimos acerca de si determinada orientación sexual es correcta o no. Esto es exclusivamente humano. Los animales no suelen juzgar la corrección de acciones que no los afecten de manera directa”.
EL DIARIO DE YRIGOYEN
De Waal nació en Den Bosch, la ciudad holandesa donde también vio la luz, unos cuantos siglos antes, Hieronymus Bosch. Su familiaridad y su lectura del Bosco aparecen en “El bonobo y los diez mandamientos”, casi en forma de un ensayo sobre “El Jardín de las delicias”, surrealista tríptico y obra cumbre del pintor holandés. De Waal, quien gusta de mirar con sus propios ojos, no se ajusta a la interpretación de los “expertos puritanos”. El cuadro central lejos de representar la depravación y el pecado, “muestra una humanidad libre de pecado y vergüenza, anterior a la Caída, o sin Caída de ninguna clase. «Para un primatólogo como yo, la desnudez, las alusiones al sexo y la fertilidad, la abundancia de aves y frutos y la vida en grupo son temas tan familiares que apenas requieren de una interpretación religiosa o moral. El Bosco parece habernos representado en nuestro estado natural, reservando su mensaje moralista para el panel de la derecha, pero no castiga allí a los retozones del centro, sino a monjes y monjas, glotones, jugadores, y borrachos”.
Cinco siglos después, nos dice de Waal, aún debatimos sobre el lugar de la religión en la sociedad. Y, como en tiempos del Bosco, agrega, el tema central es la moralidad. ¿Podremos los humanos encontrarnos, vernos, reconocernos y ayudarnos con un sentido comunitario, en virtud de las emociones que nos suscita la realidad del otro? Los estudios Frans de Waal apuntan a que tal posibilidad existe y se manifiesta en nuestro linaje. Ojalá sepamos cultivarla.
Otras obras de Frans de Waal:
“La edad de la empatía”, Ed. Tusquets, 2011.
“¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales?”, Ed. Tusquets, 2016.
“El mono que llevamos dentro”, Ed. Booklet, 2018.