La orfandad: Sobre “Sudores de niña virgen”.
Por Julieta Strasberg y Gabriela Stoppelman
EL SUCESO DE LA FALTA
¿Alguna vez han visto a un aplauso retirarse, renunciar al final de la puesta, dejar en su lugar un hueco donde reverbera el contorno de uno, de tantos cadáveres? ¿Alguna vez han sentido el titilar de un reflector, su eclipse sobre las miradas de los espectadores, su imperativo: vuélvase hacia usted mismo, abandone esta sala por un instante, sólo regrese cuando pueda atisbar el contorno de algunas ausencias?
Eso sucede en la puesta en escena de «Sudores de niña virgen», de Darío Bonheur. En un tiempo plagado de narcisismos engordados con medios hegemónicos y altisonancias de todo tipo, María Nydia Ursi Ducó, Paloma Santos y Julio Pallares salen de escena con los últimos ecos del texto.
Cuando las luces de la sala se prenden, el vacío en el escenario todavía es patente. Algunas miradas se inquietan, reclaman el tradicional saludo a los actores. Otras buscan consuelo, alguna voltereta de la ficción, algún rescate de último momento -como quien dice-, sobre los títulos, para revivir a ese personaje triturado por la trata. Pero nada sucede allí más que lo que falta.
ENSAYO CON GENERAL
Bonheur y Ursi Ducó, los directores, aprietan el texto hasta un borde. Tal vez allí, en esa cornisa estrecha, es donde siempre aparece lo teatral. Porque los cuerpos hacen equilibrio, caen, se abisman, se vuelven palabra. Un gesto, una insinuación, una luz bastan. Lo que vemos, ¿es un ensayo teatral? ¿Acaso un exhibición de danza? ¿O un juego? Un director y su asistente montan una escena que se transforma a lo largo de la obra: entre juego y juego, se sugiere en escena la imaginería del prostíbulo, la madama y el cafishio. Así, superpuestos en la angostura, los mundos se pisan, se enredan, se desploman, se imbrincan. Sin embargo, montar una escena no es hacer teatro. ¿Cuántas manifestaciones de nuestras vidas montan una escena sin fundar realidad?, ¿cuántas lo hacen sin poner en jaque el prestigioso modelo de la enceguecida vigilia?
Sin embargo, para poder mirar primero hay que nombrar qué se ve: una niña baila al compás del director. Baila descalza, pero no logra hacer pie en sus meneos. Los brazos parecen pender del torso. Algo en las articulaciones la emparenta con una muñequita de caja de música, siempre en el ocaso de la cuerda, siempre desvaneciéndose.
Mientras la niña muestra, intenta, se prueba el movimiento en su cuerpo y no termina de hallar el talle, hay otra que le acomoda el pelo, la asiste. Disciplinadamente tierna, la otra es una máscara sin fisuras. Como todo rostro de una pieza, repite y repite la urgencia de sus labores hasta devenir de madre en madama, hasta agotar la raíz de la palabra y dejarla a puro desvientre. Del ensayo de teatro solo queda una puesta en escena. Simulación, no simulacro. Dice Gilles Deleuze que el simulacro puede pensarse como aquella copia que se ha alejado tanto del original, que ya en nada se le parece. Así, el simulacro es a la vez el hijo más libre de herencia y el punto culminante de un parricidio. No hay modelos a seguir, hay que fundar el tiempo, presentarlo otra vez, como en los primeros gateos del mundo. Lejos de Don Deleuze, anda la simulación. La muy pretenciosa cree en la capacidad reproductiva de los espejos, cree que la escena más lograda es aquella que mejor imita al original. “Sudores de niña virgen” monta el simulacro para denunciar la simulación. Todo se disfraza de ensayo. Todo es un ensayo perpetuo: sudores, devaneos de niña que nunca saldrá a escena, siempre relegada a las alcobas de la clandestinidad.
¿Y qué, de la vida? Ay, Don Deleuze, hacemos lo que podemos: a veces simulacreamos y a veces simulamos. A veces alguien te pasa letra, te quiere obligar a esa letra, mientras los lacayos sirven pociones con esencias de leches maternizadas. La propia letra se pasa de punto. entreverada en el guiso de los otros. Y otras veces -tan pocas, entre tantas veces- te sacás del fuego, magullada y casi del todo disuelta en jugos sin nutrientes. Y repetís como un mantra: “Todo el mundo es un escenario y nosotros somos los actores”, como decía Shakespeare. Ahí, al borde del fraseo, nace tu propia letra. Para la niña, en cambio, no habrá chance ni de un trazo de un deseo aliado a su nombre. Todo será un girar sin danza, un danzar sin vuelta y sin retorno. La caída de un texto en el completo silencio.
IN- JUGADOS
La obra entera se pretende juego. Y, si vamos a jugar, lo haremos desde la base. Si logramos que el adversario no tenga donde pararse, si logramos dejarlo a pata, lo habremos vencido. Así, el director toma un zapatito celeste y, mordazmente risueño, desafía a la niña mientras se lo arroja a la otra actriz.
“¿Y Maribel qué quiere hacer?”.
Ellos se juegan los restos de infancia de la niña: ella se aferra a sus zapatitos. Sabe que la desnudez completa del pie puede ser el fin. Pero aun si lograse retenerlo, ¿cómo sobreviviría, así, tan impar? Ella es con su zapatito. Y, como el calzado, tan solita, está perdida.
“Los celestitos, esos quiero,
los más lindos,
los que me regalaste aquel día, madre.
Celestitos, celestitos… Esos quiero.
¿Dónde están mis zapatitos?
¿Dónde están madre,
por Dios, qué haré?”
Algo ciela en el color del zapato, aunque al tono no le alcanza el matiz para llegar a firmamento. “¿Así que la niñita pretende seguir jugando?”, pregunta el director. Y, entonces, el juego se acaba y una orfandad sin alivio consterna los cuerpos y se alía con las voces de las madres huérfanas de hijas secuestradas. Allí no hay lugar más que para tácticas y estrategias entre la madama y el horror. Aquí todo se desjuega hacia la frontera marcial de la manipulación:
“Regla número uno, el silencio siempre ayuda,
Regla número dos, las preguntas no
Regla número tres, todo empieza otra vez”.
LOS DARK INGALLS
Mamá, papá y la nena. O la obscenidad de la pura ley sin filiación posible. Los personajes incumplen una función paterna – materna, para borrar un origen, para sustraer una identidad: “basta con tu padre, tu padre te abandonó”. Si no tenés padre o madre, solo te queda “nosotros”. Hijos robados por las tutelas del vacío, ventanas ausentes que no dan a ninguna fuga. Reclamos sordos rebotan entre las paredes sin fin de un cuarto sin dirección:
“Por favor, Papá, vení a buscarme”
“Su padre se fugó en un barco”, repica el monstruoso director. “Papá, papá” como un Job de prostíbulo, se repite el bíblico reclamo: ¿por qué me abandonaste? Y sólo ausencias, a modo de toda respuesta.
“En la siguiente escena Maribel está muy enferma, con fiebre, ha pasado algún tiempo. Está en el piso, permanece en posición fetal. La Madama que no desconoce la situación y el estado de la chica se acerca, casi en tono contemplativo, maternal, acercándole calma, silencio.”
Todo el trabajo del diseño de escenografía y de vestuario de la obra, de Alejandro Mateo, destaca la ausencia y la orfandad en una apretada síntesis de elementos simbólicos: la tela celeste, la pila de zapatos, el escenario despojado y la obscena elegancia de vestuario en medio del horror. La iluminación, justa y acotada, tensa la escena y oprime. Una creación de Lucas Orchessi.
DESCORDADOS
“¿Todavía buscás tus zapatitos celestes?”
La montaña de zapatos (¿te acordás del despojo, del espectro del pie en la horma contraída por el tiempo sin pasos?,¿te acordás de Auschwitz?). Zapatos arrastrados, una maraña de zapatos fracturados de su andar, tacos sin la elegancia de mujeres por tanto tiempo ausentes, mujeres que aún fantasmean sobre las plantillas expuestas a un cielo sin clemencia. La niña se acuesta sobre esos fantasmas. Hace familia con todas quienes la han precedido en esa muerte descalza. ¿Cuántas? ¿Quiénes? ¿Cuándo? Ausencias arrojadas a la cara del espectador.
(¿Te acordás de los zapatos al borde del río Danubio, donde las tropas nazis fusilaban y arrojaban muertes descalzas al río?, ¿te acordás de Cromañón, ese pendular descabezado de zapatillas huérfanas de cuerpos?, ¿te acordás?, ¿te acordás? ¡No es posible tanto desacuerdo!)
Giorgio Agamben (1998) afirma: «un ser que fuese radicalmente privado de toda identidad representable sería para el Estado absolutamente irrelevante. Esto es cuanto tiene que esconder, en nuestra cultura, el dogma hipócrita de la vida nuda y las vacuas declaraciones sobre los derechos del hombre«. ¿Qué derechos tienen esas mujeres? ¿Cuál es el derecho de Maribel, despojada aun de su más pequeña posesión? Ella, todas, arrojadas a una nuda vida son reducidas a un mero cuerpo biológico.
“Hermosa, mi niña hermosa,
Serás esta noche la novedad,
Serás la estrella y serás quimera”.
EN BUSCA DE LO SAGRADO PERDIDO
El Director declama: “He aquí Maribel, en una habitación, pequeña tal vez, aunque no demasiado, oscura tal vez, lo necesario”. Allí no hay nada de lo visible, todo se intuye o está insinuado. Sin embargo, las manos de la madama despliegan ventanas invisibles por donde asomarse sin salida. Por allí, se les habla a los fantasmas, a los ausentes. Ventanas sin marcos dan a ninguna calle. O zapatos sin cuerpos van a ningún camino. ¿Y contra quién van palabras? Contra el sonidista o el iluminador, o Dios mismo, al increar este desmundo.
O, de otro modo, por esas ventanas invisibles se asoman un despótico Dios y todas sus metáforas: las instituciones, la red de trata como comercio, la mujer como objeto, los medios de comunicación, nuestra miradas de espectadores quietos, inmóviles, testigos mudos de la tragedia.
“No busques ya viejos zapatos,
cientos mejores compraré,
de mil colores,
los que quieras traeré.”
Pero esta puesta no es sólo de ventanas invisibles, sino también de rincones. Allí se oculta, sin desaparecer, la madama. O se muestra y se expone detrás de una columna. O intenta mezclarse con los espectadores, una más en las gradas del público. Mujer al acecho: trama, maquina y se camufla. Un vestido rosa brillante le sofistica la silueta y un peinado recogido le esplendorea el rostro. Clase alta en lo más bajo de la ética. Ropas y coqueterías: otros escondites de mera entregadora.
“La habitación repleta.
La ventana entreabierta.
Los sueños rotos.
Tiene todos los sueños rotos.
Tiene todos sus sueños rotos”.
CELESTE A MARES
“Celestitos, celestitos… Esos quiero”. Los zapatitos celestes son el cielo caído a los pies de una ausencia. Una tela muy celeste los continúa, es un velo que muestra y sugiere, un río donde ahogarse, un lecho, una mortaja donde la niña descansa y se prepara.
“Basta de sueños tontos,
Basta de insensatez.
Ya he dicho, es medianoche
Y la cama sin tender”.
Como río, la tela se pliega en cursos sin destino. Todos los océanos se retiran. Se contraen en estertores todas las desembocaduras. Finalmente, queda el lecho seco, una orilla desaguada llena de cicatrices. Vida huérfana escurrida hacia las cloacas de la ciudad inversa, hacia su último vientre, bajo tierra.
“Descansa en paz, niña…”
Y todo vuelve a empezar…
“Éste es el nuevo sistema de esclavitud del siglo XXI señores y señoras, sépanlo”.
REINA MATE
Poner en escena no es hacer teatro.
Ponen en escena los noticieros, cuando despliegan sin pudores su fábula blanca de pobreza conveniente y palabras devastadas.
Ponen en escena las propagandas, cuando el jabón baja espuma elimina sin dejar rastros de suciedades ausentes.
Ponen en escena los niños, cuando berrean sus caprichos o investigan el mundo sin pudores.
Ponen en escena los amantes desesperados, las astillas del abandono, los huérfanos de texto y de mundo. Todos ellos aún balbucean un buen día detrás de sus últimas hilachas de amanecer.
Ponen y sacan de escena quienes miran detrás de ventanas invisibles el tablero de los siempre esquivos trebejos. Intentan disciplinarlos con tacles a los peones o con jaques a la reina. Pero nunca consiguen la victoria completa. Porque, aparte de los ponedores en escena, siempre está el teatro. De ese lado está “Sudores de niña virgen”. Un placer doliente, para no perdérselo.
Esta obra conmueve cada viernes, a las 21 horas, en el Abasto Social Club (Yatay 666 – CABA) y fue declarada de interés por la Ratt Internacional.
Referencia: Agamben, G. (1998) Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre–Textos.